¿Qué se necesita para construir una leyenda? En principio algunos hechos reales desde los cuales partir. Algunos de ellos se agigantarán en la distancia o en un contexto que haya cambiado significativamente. Unos pocos de esos hechos adquirirán carácter épico y significarán, a su vez, una senda abierta por la que muchos transitarán luego. Por lo general, el personaje que adquirirá el carácter de “legendario” suele pertenecer a un grupo, camada, colectivo dentro del cual, por alguna razón, se destaca. Y por último, que ya no esté entre nosotros, porque para construir una leyenda la ausencia parece agigantar la presencia.

El pasado 4 de mayo partió Javier Martínez, baterista, cantante, compositor y miembro fundador de esos sonidos que disfrutamos hace tiempo que se conocen como “rock argentino”. Aunque en ese tiempo originario, allá por la década del sesenta del siglo XX, esas dos palabras ̶ antes bajo la difusa denominación de “rock nacional”̶ figuraban un contrasentido. En efecto, el rock era de origen anglosajón. Por eso, los jóvenes que querían tocar ese tipo de música lo hacían cantando en inglés. Hasta que un muchacho detrás de los parches de una batería se animó a decir: “Che, hay que cantar en castellano”, y entonces se abrió una senda. Ese gesto fundacional sentó las bases del género. En palabras de Luis Alberto Spinetta, significó una verdadera definición en el lenguaje musical al acomodar las palabras con la rítmica del blues a nuestro idioma y, todo ello, manteniendo el grado de poesía propia del género.

Pero Martínez no estaba solo. Pertenecía a una generación que compartía ideales y búsquedas. Por esos tempranos sesenta, había armado un trío, Los Beatniks, junto con Moris (Mauricio Birabent) y Pajarito Zaguri (Alberto Ramón García). En 1966 grabaron “Rebelde”, quizá uno de los primeros temas del nuevo rock argentino cantado en español. Venían a confrontar con las figuras consideradas “complacientes” del Club del Clan, o aquellas bandas que hacían versiones de temas en inglés.

Esos muchachos —pisaban recién los veinte años—conformaron algo así como una cofradía errante, hombres de ningún lugar en palabras de Lennon, que circulaban por las calles de Buenos Aires dibujando un perímetro específico. Ese itinerario estaba marcado por las 17 cuadras que separaban a La Cueva, el lugar en donde tocaban, de La perla del Once, el bar en el que recalaban. Ellos se autodefinían como “náufragos”, sin un destino preciso, a contramarcha de la sociedad, buscaban un lugar donde “naufragar”, como decía la letra de “La Balsa”.

En la Ciudad de Buenos Aires, mientras tanto, se producía una expansión artística a partir de epicentros como el instituto Di Tella. Allí, en 1967, en un espectáculo  homenaje a Los Beatles: “Be, at Beat, Beatles”, Martínez que tocaba con su grupo, quedó fascinado por la técnica de Claudio Gabis. Le llamó la atención que estirara las cuerdas como los guitarristas de blues norteamericano. Rápidamente coincidieron en juntarse. La célula de Manal estaba en marcha, solo faltaba que llegara Alejandro Medina al bajo para conformar el “power trío”.

Martínez, también será parte del mito fundacional del tema insignia del rock argentino. Según se dice, “La Balsa” fue compuesta en la madrugada del 2 de mayo de 1967 por Litto Nebbia y Tanguito (José Alberto Iglesias) en el baño de La Perla del Once. Grabada en julio de 1967 por Los Gatos, es considerada el primer éxito masivo del rock en castellano al superar las 250.000 copias. Tanguito tuvo la oportunidad de recrearla dos años después. En esa grabación histórica sólo empleó una guitarra criolla. En la cinta se escucha, antes de los primeros acordes, la voz de Martínez diciendo: “En el baño de La Perla del Once compusiste ‘La balsa’”. Es que Tanguito se negaba a cantarla y Martínez, desde los controles, lo arengaba. Al productor le pareció interesante dejar retratado ese momento que resuena hasta el día de hoy como un eco fundacional.

El fin de la década marcó también la disolución de las tres bandas insignes: Manal. Almendra y Los Gatos. Pero lo transitado había dejado ya una senda abierta para que otros como Spinetta y Charly García, tomaran la posta y llevaran el rock argentino hasta terrenos insospechados.

A inicios de la década del ochenta, Martínez se encontraba viviendo en Francia. En 1985 batió el record de horas tocando la batería, “41”, en Toulon. “Lo hice porque en Francia no me conocía nadie y quería hacerme ver”, dijo. Repitió la hazaña en 1988 en la Argentina, quebrando su propio record con 48 horas en un festival a beneficio del Hospital Muñiz. Había descubierto su pasión por los ritmos a los ocho años luego de ver al legendario baterista de jazz Gene Krupa, en The Glenn Miller Story. Fue el inicio de un amor incondicional y duradero.

A lo largo de su carrera había dicho algunas cosas: “Avellaneda blues”, “Jugo de tomate frío”, “Avenida Rivadavia”, “Una casa con diez pinos”, “No pibe”… Y en 2015 sorprendió al afirmar que: “Cuando uno no tiene más nada que decir, comienza el viaje de callar”. Esas fueron las palabras que su hermana, Dora, rescató como despedida del músico. Tal vez esa idea del viaje silencioso, expresada por este náufrago fundador, abra nuevamente una senda.

Buenos Aires, junio de 2024.

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