Las colecciones a menudo son asociadas a la nostalgia por tener sus motivos de inicio en un recuerdo cariñoso de la infancia; ya sea por un ser querido, un juego o juguete, un disco o un objeto personal al que le tengamos un especial cariño, la admiración por artistas, cantantes y por supuesto, a uno o varios personajes y objetos que pueden ser de un libro, película, serie, cómic, o videojuego, que descubrimos en algún momento de nuestra vida y que llegaron para quedarse para siempre.

Mi padre, fue un autodidacta en los menesteres de la cultura y el coleccionismo; era un comprador frecuente de discos LPs y cassettes. Asimismo le gustaba el buen cine y eso uno lo hereda. Crecí en una casa a la que llegaban muchos discos que se escuchaban en nuestra vieja consola Telefunken. Y es que mi padre además era un audiófilo empírico. Siempre le gustó ir actualizando el equipo de sonido familiar; y así, de la consola Telefunken, pasamos años después a tener un equipo estéreo Gradiente. Dado que empecé a tomarle el gusto a la música tanto como él, comencé a conseguir y coleccionar discos y grabarlos en cassettes de cintas magnéticas que hasta hoy atesoro como reliquias familiares. Fue él quien incluso me introdujo en esta “enfermedad incurable” llamada “Beatlemanía” cuando compró y me dejó escuchar a la edad de siete años el sencillo de Paul McCartney Monkberry Moon Delight (el mal llamado Monje en México) y de ahí esto fue un parte aguas en estos menesteres para mi hermano mayor y un servidor. Y como si fuera una carrera de resistencia como un, mi hermano mayor se fue quedando rezagado y ya el que escribe se siguió de largo en solitario coleccionando.

Después que mi padre falleció, un servidor fue el que sin papeles de por medio heredó su acervo musical. No tengo en la mente el número total de piezas. La colección de LPs de mi padre a su muerte debía de rondar en unas 400 piezas LPs de todos los géneros. A eso le sumo los míos propios que son actualmente unos 600 Long Plays. Una colección que ahora con el regreso de la moda de los vinilos se incrementa año con año. Mi colección comenzó a engrosarse de modo paralelo con otros artículos como libros, memorabilia, figuras, discos compactos y también cassettes. Desde 1998 comencé también a sumar a mi acervo musical archivos de tipo digital; suelo descargar el archivo en formato MP3/WAV a mi computadora por el hecho de que lo requiero de esa manera para programarlo en la laptop o para tenerlo disponible en el equipo de audio de mi auto por la portabilidad que representa. El contador de mis archivos me dice que tengo ya almacenadas actualmente más de 40 mil canciones de todos los géneros en formato MP3. Como una aclaración a lo que es la piratería, la ley marca que es completamente legal tu derecho a descargar los archivos de música en formato MP3, siempre y cuando cuentes en tu poder con el álbum original, esto es, que hayas pagado la copia legal del álbum del artista.

Aún así, para un servidor un disco de vinilo vale más que un gigabyte de archivos MP3 o que un CD (opinión personal, aunque también me gustan los CDs). La diferencia radica en lo que implica desde disfrutar la búsqueda de discos pacientemente por meses y hasta años y el placer del coleccionista al incorporar esa nueva pieza anhelada a su pequeño catálogo personal. En uno de sus cómics de la muy recomendable colección American Splendor, Harvey Pekar retrataba la obsesión de un joven de los años setenta por el coleccionismo de discos de jazz. El protagonista alcanzaba actitudes auténticamente enfermizas en su afán por poseer todas las grandes joyas del género, hasta el punto de arruinarse económicamente y tener que replantearse su vida.

Hace un par de días, mientras leía sobre ese cómic, me dio por preguntarme por las razones que me han llevado a convertirme en coleccionista de memorabilia de The Beatles, Paul McCartney, Queen, el Hombre Araña, de artículos relacionados a la astronomía y la carrera espacial, etc. Afortunadamente no he llegado al extremo del personaje de Pekar, pero seré sincero al confesar que en algunas ocasiones si he llegado a gastar cantidades de dinero que los que no son coleccionistas considerarían absurdas en artículos para adherirlos a mi acervo. Casos como el mío (y el de muchos que conozco) resultan aún más paradójicos si se tiene en cuenta la época en la que nos tocó vivir nuestra infancia y adolescencia: en los 70 y 80. La posibilidad de escuchar un álbum en un momento concreto pasaba obligatoriamente al deseo por la posesión en formato físico. Hoy en cambio, basta un clic para disfrutar de -casi- cualquier canción por streaming. Así pues, el coleccionista de música en formatos físicos es hoy en día un tipo extraño al que algunos miran raro y otros no lo entienden. Casi una especie en extinción.

A raíz de la pandemia que azotó a la humanidad desde el año 2020 al 2023, retomé mi colección de discos de acetato/vinil, que por falta de contar con un reproductor decente (tornamesa), la había dejado un poco atrás a las demás ramas de mis colecciones. Con la adecuación de mis equipos de audio en casa que realicé para poder disfrutarlos nuevamente, la fiebre por el disco y el cassette me llegó con renovados bríos y me di cuenta que nunca se fue del todo desde que comencé a coleccionarlos en los años 70.

Dicho esto y la pregunta que me han hecho en múltiples ocasiones es: ¿Por qué motivos coleccionar música en formatos físicos (Discos de vinilo, CDs y cassettes)? Ahí van algunas de mis argumentos:

1 – Los colecciono porque adoro el momento de elegir cuál de ellos reproducir en el tornamesa, el deck de cintas o el reproductor láser. Desde el momento de buscarlo, sacarlo de la funda, disfrutar las portadas y los insertos. Escucharlo siguiendo un ritual que nos lleva a la calma y la satisfacción de gozarlo. Así de simple o de complejo.

2 – Los colecciono porque cada uno de ellos son una fotografía de un instante de mi vida en forma de canciones. Soy malísimo para recordar fechas “importantes” o soy incapaz a veces de recordar qué ropa llevaba puesta la semana pasada, pero tengo grabado como si fuera en piedra el momento en que conocí a cada artista, cantante o grupo de los que han puesto la banda sonora a mi existencia. Del mismo modo, recuerdo de manera casi precisa el momento y lugar en que adquirí éste o aquel disco, dónde estaba, con quién, qué hacía… La memoria es así de caprichosa.

3 – Los colecciono porque sus portadas, contraportadas e insertos dicen mensajes. Cosas tal vez menos importantes que las canciones, pero igualmente interesantes para aquel que disfruta desentrañando los secretos de un álbum. Algunas portadas o los insertos de un LP son, de hecho, auténticas obras de arte.

4 – Los colecciono porque creo firmemente que si un producto te enriquece culturalmente, es de justicia corresponderle con una aportación económica. Es más, disfruto contribuyendo con mi dinero a premiar el talento de los músicos, sellos discográficos, distribuidoras o tiendas que creo merecen recibirlo.

5 – Los colecciono porque el sonido de un disco de vinilo reproducido en un equipo adecuado es incomparable al de un CD o un cassette. De los archivos MP3 (o al menos de la mayoría de los que circula por la Red) mejor ni hablamos y sólo se salvan de ser mencionados por su portabilidad total.

6 – Los colecciono porque disfruto del placer de sumergirme en el catálogo de una tienda, ya sea real o virtual, y encontrar ya sea por accidente o conscientemente la pieza que llevaba años buscando. Igualmente, pocas cosas se pueden comparar al placer de recibir en casa un pedido de música en formatos físicos que has encargado por Internet. Actualmente es la principal vía que tengo para adquirirlos por la prisa de la vida moderna que muchas veces nos ha robado la posibilidad de dedicarle visitas a las tiendas en sitio.

7 – Los colecciono, en este caso de los discos de vinilo, porque su durabilidad está más que comprobada. Tengo discos en casa de hace más de sesenta años y siguen sonando decentemente. Muchos CDs de hace veinte años han dejado de hacerlo por la oxidación de sus laminas de aluminio donde está plasmada las información, a pesar de que en su día los vendieron como el formato definitivo. De nuevo, del MP3 no hablamos: En una ocasión disponía de unos 100 gigas de música en un disco duro. Un buen día desaparecieron cuando a éste le dio por no volver a funcionar.

8 – Los colecciono porque me gustan estéticamente. No es una razón de peso, lo sé. Pero reconozco que me encanta levantar la mirada mientras estoy en el sofá, sentir satisfacción por el tiempo, estudio, dinero y esfuerzo invertido y admirar así mi propia colección. ¡Qué bonita es, carajo!

9 – Los colecciono porque, en el fondo, me gusta guardarlos, clasificarlos y ver cómo crecen en número. Algo muy tonto, pero también muy humano. Así que es posible que haya en esto algo del síndrome de Diógenes.

Ahora, en la paradoja, el punto culminante de una colección tendrá casi siempre un destino final posible: el ser vendida o ser regalada, pues según se ha comprobado hasta ahora, ningún coleccionista ha podido llevarse el fruto de su esfuerzo al cielo o al infierno, según sea el caso.

Entonces, para concluir como comencé, ¿Cuál es entonces el precio y motivo de la nostalgia y el coleccionismo? Para el que esto escribe es mucho más que un valor físico, para mí es un sentimiento cálido e inexplicable que evoca recuerdos y sensaciones, al ver cómo cobran vida esos artistas que quedaron grabados en mi cerebro desde niño; y no importa lo que puedas coleccionar, afortunadamente existen todo tipo de coleccionables que se adaptan a cualquier bolsillo. Lo verdaderamente importante es no reprimir ese sentimiento y vivirlo sin importar lo que piensen o digan los demás; pero sobre todo, y parafraseando a un sabio, lo más importante es disfrutar del camino y acariciar el alma.

Ese es el secreto y la enseñanza que a un servidor le dejó la pandemia de hace unos años; hay que disfrutar esa colección, no solo acumular por acumular. Quien sabe hasta cuando estemos en este mundo y el deleitarse con un libro, un disco, un CD, una figura que adquiriste y que todo lo anterior es fruto de tu esfuerzo, siempre nutrirá el alma y con esto va como un mensaje y consejo para los que eligen piezas para tenerlas en sus estuches o empaques sin abrirlos (aclaro, cada quien es libre de hacer lo que quiera con sus colecciones). Pero piensen que cuando ya no estemos, no sabemos qué destino tendrán. Disfrútenlos, gócenlos y déjense llevar por el placer de su colección, que para eso y más estamos en esto llamado vida…

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