La cadena francoalemana Arte, hizo un fabuloso documental sobre Pink Floyd durante la pandemia de coronavirus. En este trabajo, David Gilmour en particular, se confía sobre la forma en que se fueron forjando una personalidad, empezando por cada uno de los miembros del grupo. Gilmour quería tocar y cantar como algunos de sus ídolos del rock clásico estadounidense, pero ni la voz le daba, y la guitarra se le entorpecía con la fallida imitación. Cuando David integró a los Floyd a tiempo completo, con la salida de Syd Barrett, se encontró con otros músicos que también batallaban para pulir sus talentos.

Empezamos a tocar en clubes de jazz, y ahí nos dimos cuenta de que era más fácil que el rock”, dice Gilmour en el documental, “puesto que podíamos improvisar y nadie notaba los errores”.

De ahí surge no únicamente la idea del Pink Floyd que conocemos hoy en día, también la identidad filosófica y espacial de la banda, y el rompimiento definitivo con la psicodelia impuesta por su primer líder, Syd Barrett. Roger Waters y David Gilmour levantaron la mano para tomar la batuta, y uno terminó por imponer sus textos, y el otro la calidad musical que le caracteriza, aunque con muchos remordimientos y disputas interminables entre uno y otro.

Another Brick In The Wall Part 2 es por mucho, la canción más conocida, y aunque los verdaderos hinchas del grupo se enfaden, la obra maestra que encierra la calidad musical de Gilmour y el poderío textual de Waters. Además, es una pieza incomprendida que ilustra todo el aparato ideológico y de protesta de Roger, y la culminación de la aportación de Pink Floyd a la música moderna. Cuando los Floyd dejan de lado el rock que tanto cuesta imitar, se separan de un pensamiento masivo, a lo mejor accidentalmente, la entrada al jazz ofreció un mundo que no juzga puesto que en su aparentar intelectualismo, nadie se atreve a criticar por no querer pasar por un tonto. Además, el jazz fue la iniciación filosófica de la banda, tanto musicalmente para todos los miembros, como de reflexión para Roger Waters. La libertad de creación que ahí descubrieron, nos regaló a una de las mejores bandas del siglo pasado.

Another Brick In The Wall Part 2, parece una crítica a la escuela y a las reglas, pero es mucho más que eso, el reproche va a lo que la educación representa, es decir, una transformación que busca alienar a los ciudadanos a un pensamiento generalizado que el poder del momento busca integrar en las cabezas de sus súbditos. Si los dirigentes quieren que todos se vistan de marranos, la escuela se encarga de cincelar hasta que todos terminen por hacerlo. Por ello el ojo crítico de Roger Waters es una página distinta a todo lo antes escuchado en la música inglesa, y en general en occidente. Waters sabe que los aparatos de manipulación también se hacen pasar por vendedores de libertad.

Pink Floyd viene a completar las críticas en las distopias de Orwell, Zamiatine, Jules Vernes y Aldous Huxley. El mundo de Pink Floyd es un mundo tiránico del que todos temen, como en The Wall, pero ese mundo no es ni el soviético, ni el de Corea del Norte, es uno más cruel porque en la aparente libertad se esclaviza a los ciudadanos, Roger Waters entendió del aparato de manipulación que se construyó en Estados Unidos con las relaciones públicas del sobrino de Freud, Edward Bernays, y su libro “Propaganda”, además de las contribuciones y las influencias disfrazadas en diversas campañas políticas estadounidenses y del mundo.

El país vecino de México, en el norte, buscaba ideas que le permitiesen controlar sin pasar por el malo como sucedió con la Unión Soviética, para ello descubrieron el cómo manipular a las masas, tan discretamente que pasaba por una libertad de expresión sin igual. Roger Waters puede no ser el mejor músico ni compositor, pero su espíritu crítico ha acertado en muchas de las deficiencias de nuestras sociedades occidentales, con una maestría sin igual:

We don’t need no education
We don’t need no thought control
No dark sarcasm in the classroom
Teacher, leave them kids alone

 

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