Y pasó el beatle Paul por las pampas. Porque basta con eso de “ex beatle”. Paul es un beatle, forever. Y lo demuestra en cada una de sus presentaciones. Fueron tres noches de días agitados durante octubre y en el marco del Got Back Tour que lo trae por estas tierras americanas. Dos en el estadio Monumental de Buenos Aires, que ya conoce bien. Y un segundo paso conmovedor por el Mario Alberto Kempes de la Ciudad de Córdoba. A estas alturas el músico que ya es leyenda y lo sabe, hace gala de su carisma, versatilidad, historia y conocimiento. Disfrutando de cada encuentro como quien es consciente de que la vida es un regalo, Paul no se esconde, deja ver su rostro sonriente (My Brave Face) y se hace tiempo para saludar a la gente que lo espera y lo sigue como un ritual. “Llevo tu sonrisa como bandera”, canta el músico uruguayo Jorge Drexler, y McCartney parece haber enarbolado ese estandarte. Hasta se dio el lujo de disfrutar en la noche porteña de un espectáculo de tango.

Resulta conmovedor ver a por lo menos tres generaciones, presentes. Al hijo ya adulto que acompaña y ayuda a sus mayores a subir por los escalones del Monumental en Buenos Aires. Mayores que deben andar por la misma edad que el señor que ahora está recorriendo el escenario, subiendo y bajando escaleras para llegar al piano. A jóvenes y chicos ansiosos esperando comprobar si es verdad. “¿Es él?”, pregunta la chica mientras recuerda miles de fotos, videos, remeras, memes. “Es él”, responde el señor mayor y repasa las imágenes de Paul sacudiendo el flequillo; o canturreando Yesterday frente a miles de japoneses; o alzando el mástil del bajo Hofner modelo violín que apunta a la derecha como una espada mientras el viento despeina su melena oscura en la azotea de Apple; o cruzando descalzo la cebra de Abbey Road. Es él.  Entonces uno se encuentra con  rostros arrobados de grandes y chicos; de aquellos que crecieron (crecimos) escuchando esta música. Y de aquellos que la recibieron como una herencia sagrada y  ahora tienen ahí delante, al responsable de ese legado.

Paul sabe. Sabe que por estas tierras hubo un conflicto bélico, sangriento con su patria, una herida aún abierta. Sabe también que es la música el puente que puede establecerse como un bálsamo sobre esa locura llevada a cabo por la nefasta dama de hierro británica y los también nefastos miembros de la Junta Militar de ese entonces. Paul sabe de los pueblos que visita y también que él lleva la bandera de la música como símbolo de paz y de amistad. Por eso piensa y recita un saludo para cada ocasión. En la brumosa noche serrana, en medio de un Kempes donde no cabía un alfiler, Paul dijo mirando al público cordobés  y echando miradas de reojo a su machete en el piso: “Buenas noches, Argentina. Hola, Córdoba. ¿Dónde están los culiados? ¡Culiados!”. Y la multitud le devolvió el gesto con una ovación. (La expresión “culiá” que tiene un origen despreciativo o de insulto, se ha vuelto una forma coloquial o cariñosa de saludo semejante al “che” o “boludo” en el Río de la Plata). Pero Paul, no se quedó ahí y continuó: “cuar-te-to”. Y entre risas, añadió: “Ciudad del fernet y del cuarteto”, en alusión a la bebida y al género musical identificatorios de la provincia.

 

Ante el asombro de los más jóvenes, Paul pasa tema a tema por distintos instrumentos: bajo, guitarra eléctrica, piano, ukelele, teclados. Y para demostrar hasta qué punto ha recuperado su voz, empuña la guitarra acústica y se mece al susurro de la dulce y profunda Blackbird. Habrá tiempo para la demoledora Live and Let Die en medio de un carnaval de explosiones y fuegos artificiales. Como también para el momento de los himnos: Let it Be y Hey Jude que dará comienzo  a ese coro, el canon que como una letanía parece no querer terminar. Y mientras los más grandes pensamos en cómo habrá sido presenciar un show con los cuatro arriba de un escenario, los más jóvenes saltan y bailan. Y mientras desfilan temas Beatles, solistas, de Wings, habrá espacio para los homenajes. Para su hermano John (Here and Today y Now and Then), para su amigo George (Something), para su actual esposa Nancy (My Valentine), y para los primeros Beatles  (In Spite of All The Danger y Love Me Do); o par el mágico final volviendo a cantar a dúo I´ve Got a Feeling, con el John que la tecnología le devuelve desde la terraza de Apple ese frio enero de 1969. Claro, esta vez no estuvieron ni Yesterday ni All My Loving. Pero, ¡Qué va! A veces uno tiene la sensación de decir: “Paul, tocá la que vos quieras que yo te escucho”.

Está acompañado por una banda que lo conoce bien, que conocen al detalle cada una de las canciones y que responden acorde a esa situación. Y luego de casi tres horas ininterrumpidas de música, anuncia el final. Y uno tiene la sensación de que lo hace por el público, porque él podría seguir tocando, cantando. Así como camina, respira y vive.

Luego de que susurra “And in the end, the love you take is equal to the love you made”. Justo cuando las luces del estadio dejan ver las lágrimas por las mejillas de  todos aquellos que pensamos que podría ser la última vez. Justo en ese momento, el beatle Paul se despide con un “hasta la próxima”. Let it Be.

 

Buenos Aires, 26 de octubre de 2024.

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