Las sucursales del Hard Rock Café de la Ciudad de México (CDMX) y del Puerto de Acapulco fueron inauguradas a finales de la década de los ochenta, si la memoria no me traiciona. Aterrizaron en México gracias a la voluntad de un puñado de jóvenes mexicanos, hijos de prominentes empresarios, que probablemente necesitaban algo más que hacer con su tiempo y su dinero.
En cuanto al lugar de la Ciudad de México, situado en la calle de Campos Elíseos esquina con el Paseo de la Reforma y cuya primer piedra fue colocada por Elton John, además de ser sede del Hard Rock Live, exhibía en su interior una gran colección de memorabilia que lo convirtió en una especie de museo del Rock and Roll Mundial en la Ciudad de México. Rápidamente se volvió en un éxito, como todos los restaurantes de la cadena alrededor del mundo. En la hora pico de cada día, se tenía que hacer fila durante más de una hora para conseguir mesa del establecimiento que abría a las 13 horas y cerraba a la 2 de la madrugada, y muchos usaban las camisetas y gorras con su logotipo, sintiendo que tenían algún status preponderante socialmente.
Mi primer intento por entrar fue cuando aún era estudiante en la ESIME (Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica) en el año 1992 y se me ocurrió junto a unos amigos de la carrera tratar de hacer una visita. Además de ir a conocer el lugar, queríamos ver las reliquias sagradas de las leyendas del rock y pop que nos habían contado que estaban colgadas exhibidas sobre las paredes.
Debo de confesar que esa primera visita fue un desastre, seguramente se dieron cuenta que llegamos a pie, chavales de 21 años, con nuestros mejores jeans queriendo pasar. El cadenero nos barrió de arriba abajo y con un gesto de desdén luego de unos minutos nos dejo entrar como haciéndonos un favor. Adentro comencé a ver guitarras y discos de oro colgados a los que una multitud de gente no me dejaba acercarme a verlos a detalle. Como conseguir una mesa hubiera sido un milagro o una espera de horas, nos aproximamos a la barra en donde estuvimos una media hora suplicando al barman que nos atendiera. El susodicho sencillamente nos ignoró, lo que me hizo preguntarme si de plano nos veíamos tan fuera de lugar
La apertura de esta franquicia era una prueba más de que nuestro país estaba entrando con todo a la globalización y que nuestra ciudad empezaba a volverse cosmopolita, de acuerdo al discurso de los últimos años del sexenio salinista. Y es que quizá a los jóvenes millennials que puedan leer esta crónica, no experimentaron este fenómeno, pero en aquellos tiempos no tan distantes, México era otro. McDonald’s apenas había abierto su primer establecimiento unos años antes. Lo común era pedirles a amigos o parientes quienes viajaban al extranjero que trajera como souvenirs dulces que ahora encuentras en cualquier miscelánea u OXXO como un chocolate Milky Way.
El tener en la mismísima CDMX un restaurante de la cadena del Hard Rock Café fue uno de tantos sucesos que nos hicieron creer, bueno al menos a mí, estudiante impresionable en esa última década del siglo XX, que México iba a pasos agigantados hacia el primer mundo. Por razones que hoy no acabo de asimilar del todo y tal vez con un halo de rubor de pena; pocos años después cuando ya tenía mi primer empleo, me resultaba fascinante comerme una hamburguesa de 10 onzas y tres quesos carísima pero de buen sabor mientras observaba junto a mi mesa un disco de oro que le entregaron a quien sabe quién (¿un asistente de grabación?) por la venta de no sé cuántas miles de copias de quién sabe qué disco de no sé qué artista que probablemente me daba lo mismo.
El rock y los conciertos de las leyendas inglesas o americanas, que durante años nos había llegado a cuenta gotas, ahora tenía un templo –artificial pero templo al fin y al cabo- a pocos metros de la estación del metro Auditorio. Y para que nadie lo dudara había un grupo tocando covers de los grandes éxitos del rock mundial todas las noches.
Su memorabilia exhibida en sus muros era un monumento al fetichismo del rock. Desde guitarras, bajos, parches de batería, baquetas y fotos autografiadas, hasta zapatos, chamarras, playeras, vestidos, pantalones y sombreros que alguna vez pertenecieron a las vacas sagradas del rock.
Lo del Hard Rock Live, un anexo del restaurante, también tiene su propia historia muy interesante. De hecho, el concepto de ampliar el restaurante para crear un foro (el Hard Rock Live) fue una idea que nació en México y se extendió por toda la franquicia en el mundo. Tuvo varios nombres y lo remodelaron con frecuencia y su escenario fue pisado por artistas importantes, desde Molotov hasta Michael Jackson quien acudió al lugar, en 1993, cuando visitó México para ofrecer una serie de conciertos en el Estadio Azteca como parte de su gira The Dangerous Tour. Durante su estancia, el lugar fue cerrado por completo para que el Rey del Pop conviviera tranquilamente con decenas de niños..
El Hard Rock Live lo conocí tan sólo unas semanas después de los conciertos de Paul McCartney en México en noviembre de 1993. Mi amigo y en aquel entonces jefe, Ismael, recibió junto a algunos compañeros, invitaciones de cortesía para ir a un evento en el lugar. Era viernes y él decidió acudir dejando a mi responsabilidad la guardia de la red de cómputo de la Comisión Bancaria y de Valores. Les puedo jurar que era mi intención quedarme a cubrir esa guardia de viernes, pero un compañero llamado Norberto, que era el relajo hecho hombre, pasó caminando por mi lugar y me preguntó que si no iba a ir al Hard Rock Live con los que habían recibido las cortesías, tímidamente le dije que Ismael me había dejado a cargo “el changarro” y solamente sonrió y me dijo “Mi chavo, vente, tú ni te preocupes”.
Y yo como Pinocho en la película de dibujos animados, cuando es seducido por el zorro y el gato para no ir a la escuela, sencillamente agarré mi saco que estaba colgado en el perchero y partí junto a Norberto hacia el recinto en la Avenida de Campos Elíseos.
Llegamos y con la invitación de cortesía que tenía nos pudimos colar al evento. Mi amigo Ismael abrió sus ojos que se salían de sus órbitas al notar mi presencia y me preguntó: –¿Y quién se quedo a cargo? lo tranquilice diciéndole “que ya todo estaba bajo control (¡¡¡Ja!!!)”, pero en ese evento en cuestión se estaba celebrando por parte de Coca Cola el éxito de los conciertos de Paul en el Nuevo Foro Autódromo (aún no se llamaba Foro Sol) y además de proyectar en pantallas gigantes los videos de Paul y un grupo tocando covers de la extensa discografía del Beatle zurdo, también se estaban rifando y obsequiando a los ganadores gorras, pines y playeras exclusivas de los recién realizados conciertos.
Estaba yo embobado viendo el video de Hope of Deliverance desde la barra cuando llegó Norberto por detrás y me dice –Mi chavo, yo se que mueres por este cuate, toma- y me lanzó una de las gorras, un pin y la playera. ¿Cómo las consiguió? Se me quedará para siempre como un enigma, pero mi gratitud con él es permanente por convencerme de ir, de llevarme de colado y de conseguirme esa memorabilia conmemorativa especial de los conciertos de Paul 1993 con los logos de Coca Cola que hasta la fecha conservo.
Años después, en el año 2008, conocí el Hard Rock Café de la Costera Miguel Alemán en Acapulco, cuando aún se podía ir sin el temor de entrar a un bar en el puerto y rezar para que no entraran de repente unos sicarios y te llenaran de plomo.
El servicio era decente a secas y nuevamente la visita era obligada más que nada por conocer la memorabilia existente. Me tomé fotos con algunos artículos exhibidos que pertenecieron a John Lennon y con un Submarino Amarillo gigante que estaba al centro del restaurante.
A la salida en la bahía de autos del restaurante en la Costera Miguel Alemán, estaba escrita y abarcando toda la pared como si fuera la frase máxima del rock de todos los tiempos con letras de bronce y perfectamente pulidas: “AND IN THE END, THE LOVE YOU TAKE IS EQUAL TO THE LOVE YOU MAKE” – THE BEATLES.
Y como todo lo que sube, tiene que bajar, finalmente comenzó el lento proceso de decadencia para los restaurantes de CDMX y el de Acapulco. Era común cuando comenzó la segunda década del siglo XXI el entrar al establecimiento y encontrar con desagrado memorabilia en las paredes acumulando polvo, sillas en mal estado, manteles que parecían tan viejos como si fueran los mismos con los que empezó el restaurante y la comida era ya tan mala que parecía refrigerada de semanas con las consecuentes calificaciones negativas en las reseñas de los comensales.
El foro de Hard Rock Live en CDMX cerró algunos años antes que el restaurante, así como se cerraron las franquicias de los restaurantes Hard Rock Café en México como consecuencia de una disputa legal que hubo entre la empresa que posee la licencia y sus socios mexicanos. Al parecer la misma obedeció por los derechos de la marca Hard Rock a nivel mundial y cuyo negocio más importante ya lo habían comenzado a centrar en la operación de casinos y hoteles a lo largo de Estados Unidos y del mundo. Muestra de ello fue la apertura posterior de los hoteles Hard Rock como el de Cozumel. Los socios estadounidenses ya no estaban interesados en mantener los restaurantes en activo.
Negados a convertirse en casino, los socios mexicanos y dueños del Hard Rock Café de Polanco y Acapulco, que en sus inicios cobraban un cover de 60 pesos, informaron que preferían cerrar antes que traicionar al modelo de negocios que aseguraban, ayudaron a construir.
El inevitable final llego primero para el icónico lugar de la Ciudad de México que cerró sus puertas después de 23 años de operación el 21 de mayo del 2013 con la “demolición” interna del restaurante al retirar el mobiliario, la decoración, y los objetos donados por artistas, que fueron regresados a Hard Rock International. El inmueble quedó vació como cascaron de ave que voló buscando mejores lugares. Hubo el intento de demolerlo, pero los vecinos se opusieron por la historia del mismo y de momento se pudo detener el implacable paso de la picota.
Para el recinto de Acapulco, el final llegó al año siguiente 2014 cuando la frase de la última canción del álbum Abbey Road de The Beatles, fue lo único que quedó en la fachada de un rosa deslavado, ya sin ninguna pieza adentro de memorabilia, mobiliario y cuando el cofre del Cadillac sesentero, que se encontraba empotrado en la pared de enfrente, fue desmontado por una grúa especial para trabajo pesado. Terminaba el Hard Rock Café, emblema de los buenos años del Acapulco Dorado.
A pesar que la franquicia anunció que era su intención reabrir por lo menos la sucursal de Acapulco en el año 2015, su inmueble fue demolido totalmente poco después junto con su vecino Planet Hollywood. Hasta hace algunos años los dos lotes de esta manzana que dan a la Costera permanecían sin construcción alguna.
Ahora estos dos recintos viven solo en mis recuerdos que formarán parte del recuento de mis andanzas de juventud y de las glorias vividas. Glorias como las del Café del Rock.
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