Escuchar el nombre de Ludwig Van Beethoven es sinónimo de perfección y de una vida tortuosa y con un lugar importante en la música clásica. Este genio de Bonn es un músico que ha grabado su nombre a fuego en la historia mundial de la música. La música de Beethoven te transporta, te enciende el alma, el corazón, sus obras logran elevarte porque posee una majestuosidad suprema. Sus luchas musicales, sus sonidos consiguen estremecerte y comprender que los sentimientos, las sensaciones, los estados de ánimo son totalmente traspasables a una partitura de una forma tan perfecta. Es así a 200 años de su estreno, como una de sus obras emblemáticas, la Sinfonía nº 9 Op. 125 en Re menor (coral), ha trascendido a tal nivel, que no sólo ha pasado a ser el himno de la Unión Europea, sino que se ha convertido en un verdadero símbolo mundial, una de las más excelsas creaciones que ha presenciado la historia universal.
Seis años de duro trabajo fue lo que Beethoven invirtió en componer la sinfonía por la que más sería recordado, un encargo que la Sociedad Filarmónica de Londres le hizo en 1817 y para el que se puso manos a la obra al año siguiente. El poema de Friedrich von Schiller al que se conoce como Oda a la alegría que fue publicado en 1786, y desde que Beethoven lo leyó, en 1793, quiso musicalizarlo, cosa que logró unos treinta años después en el famoso cuarto movimiento de esta sinfonía. Al anunciarse la inminente premier, el compositor llevaba más de una década sin aparecer en escena y pocos quisieron perderse el estreno que tuvo lugar el 7 de mayo de 1824 de la Coral en el Teatro de la Corte Imperial Vienés con Michael Umlauf como director, dado que Beethoven compuso la Novena Sinfonía cuando ya estaba casi completamente sordo. Se cuenta que el compositor estaba sentado en la orquesta y se suponía que dirigía la ejecución y Umlauf pidió a los músicos que no prestaran atención a Beethoven cuando marcara los tiempos. Después de aquella presentación de la que sería su última sinfonía, Beethoven se retiró de la vida pública. Fallecería tres años después
Esa noche memorable del estreno, al terminar la música estallaron los aplausos y ondeaban los pañuelos y sombreros. Beethoven no escuchaba y continuaba por unos momentos de espaldas al público. Finalmente, una de las cantantes solistas lo cogió del brazo para que se volviera a saludar. Nunca se había escuchado una sinfonía de esas proporciones y con tantos recursos. Esta monumental sinfonía coral abrió nuevos caminos y se convirtió en referencia e inspiración de generaciones posteriores de músicos.
Mientras Beethoven estuvo en vida, la obra sólo se interpretó una vez y sólo posteriormente hemos podido dimensionar los problemas que esta obra, totalmente nueva, suscitaba a los intérpretes. Fue la interpretación de Richard Wagner lo que marcó el éxito duradero de la obra. Como todas las obras de arte vivas, esta pieza sólo morirá cuando las gentes, la comunidad humana para la que nació, dejen de existir.
La obra tiene cuatro movimientos. El primero inicia y despierta con fuerza; es un renacer de un nuevo pensamiento, que se abre a nuevos tiempos, esto se advierte en un crescendo tocado por violas y violines. El segundo movimiento es un scherzo que sugiere sutilmente una anticipación de la Oda a la alegría que vamos a oír. Este movimiento irradia energía por todos lados, consta de dos secciones que se repiten y una coda. En el tercer movimiento Beethoven juega con Adagio molto e cantabile, lo que significa un abanico de tonalidades que son el deleite de los oyentes. Y finalmente llegamos al éxtasis de la obra el cuarto movimiento en donde el músico utiliza el poema de Schiller con las voces humanas como gran final. Dada su complejidad se puede concebir una sinfonía dentro de un único movimiento que incluye solos de barítono, coros, instrumental, tenor. Al inicio del cuarto movimiento ya escuchamos el tema de la Oda a la alegría. Este poema es un típico texto romántico en que se exalta a la naturaleza y al hombre y en particular, aquí se celebra la hermandad entre los seres humanos.
A continuación les dejaré detalles curiosos de esta gran obra. Algunos más conocidos que otros:
1) Duración de 74 minutos.
La duración aproximada de la obra -en cuatro movimientos- es de 74 minutos. Cuando Philips-Sony establecieron los estándares de los Compact Disc musicales, se acordó que la capacidad del CD sería de 74 minutos en honor a la duración de la Novena Sinfonía de Beethoven.
2) Programa del estreno.
Era inusual presentar un concierto de estreno con una sola obra en aquellos años. Fue por lo mismo que el programa del concierto incluyó previo a la interpretación de la Novena Sinfonía algunas otras obras de Beethoven ante los más de dos mil espectadores congregados. Entre ellas, tres partes de la “Missa Solemnis” opus 123 y la obertura “La consagración de la casa” opus 124. En aquel entonces, nadie habría ido a un concierto que sólo durara una hora o que solo tuviera en programa como única obra la Novena Sinfonía.
Otra curiosidad es que solo se tocaron 3 partes de la Missa Solemnis y no la obra completa, debido a que no se estaba permitido interpretar música sacra fuera de los templos.
3) Demasiada ovación.
El éxito del estreno de la Novena Sinfonía fue absoluto, a punto tal que el público ovacionó la obra con repetidas andanadas de aplausos y con sus pañuelos al aire. Sin embargo, cuando los asistentes estallaron en gritos y aplausos por quinta vez, el comisionado de policía se vio en la obligación de exigir silencio. Y es que tres andanadas de aplausos eran la norma para la familia imperial, de modo que no era prudente que Beethoven obtuviera cinco.
4) Fue la primera sinfonía en introducir la percusión.
Las sinfonías son un tipo de pieza musical compuesto para orquesta, y la percusión no era, hasta ese momento, un elemento típico de orquesta. La introducción de instrumentos de percusión en el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía marcó para siempre un cambio rotundo en la composición de las orquestas.
5) Una obra revolucionaria.
Quizás hoy sea considerada una de las mayores obras de la música “tradicional”, pero en su momento significó una verdadera ruptura con la tradición. Por aquel entonces las sinfonías clásicas eran compuestas con una duración que habitualmente no superaba la media hora (aunque el mismo Beethoven ya había compuesto algunas más largas) y seguían una estructura clásica en sus cuatro movimientos: Allegro, Adagio, Scherzo, Allegro.
La obra de Beethoven fue un caso extraordinario, pues su duración supera la hora de ejecución y además, si bien en apariencia sigue la estructura tradicional con sus cuatro movimientos, éstos son desarrollados de manera completamente original, logrando una nueva experiencia de la música sinfónica. Sus transformaciones rítmicas son constantes y rompen con el sentido del equilibrio y la mesura del clasicismo. Otra importante innovación es desde luego la inclusión del coro y los solistas en el cuarto movimiento.
6) Una sinfonía “coral” y con texto.
En el último movimiento Beethoven introdujo en su obra a cuatro solistas y un coro, quienes interpretan el texto de “An die Freude” (“Oda a la Alegría”) del poeta alemán Johann Christoph Friedrich von Schiller. El poema fue escrito ligeramente anterior a la Revolución Francesa, y apela a la unión y la fraternidad entre todos los hombres: “¡Alegría, bella chispa divina, hija del Elíseo! ¡Penetramos ardientes de embriaguez, oh diosa celestial, en tu santuario! Tus encantos atan los lazos que la rígida costumbre ha separado y todos los hombres serán hermanos bajo tus alas bienhechoras.”
No fue Beethoven el primero en musicalizar el texto. Ya Franz Schubert en 1815 había puesto música a aquellos versos (D 189), pero la versión de Beethoven se convirtió en la definitiva sin lugar a dudas. De hecho, el compositor agregó algo de texto propio, que es lo que se oye cuando entra el barítono. “¡Oh amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría! ¡Alegría! Alegría!”. Después, inmediatamente, comienza el texto de Schiller, que también sufrió algunas modificaciones por exigencias de métrica.
7) Novena Sinfonía, una obra utilizada por todos.
A diferencia del siglo XIX, el siglo XX manifestó mucho aprecio por la obra, a punto tal que fue utilizada por ideologías de lo más diversas e incluso antagónicas. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la Novena fue la pieza sinfónica más tocada en ambos bandos. Toscanini, opuesto al fascismo y exiliado en Estados Unidos, la incluía regularmente en su repertorio.
Pero también un músico oficial del régimen de Mussolini como Pietro Mascagni solía dirigirla en multitudinarios conciertos. También lo hizo en el París ocupado un joven Herbert von Karajan, que era entonces miembro del partido nazi. Incluso fue la pieza escogida por la radio alemana para anunciar el suicidio de Hitler en 1945. En los juegos olímpicos de 1956 y 1964, por su parte, sonó como himno común para los equipos de las dos repúblicas alemanas.
Mención especial merece la interpretación en Berlín bajo la batuta de Leonard Bernstein, pocas semanas después de la caída del muro en 1989. El concierto se llevó a cabo con una orquesta formada por músicos de las dos Alemanias y en la oda final la palabra Freude (“alegría”) fue reemplazada por Freiheit (“libertad”). “Beethoven habría dado su bendición”, declaró entonces el director estadounidense.
8) Simple y compleja.
La melodía de la Oda a la Alegría es en principio sumamente simple. Es fácil de cantar y de recordar. Incluso un infante puede interpretar su secuencia de notas sin mayores dificultades al comenzar sus estudios instrumentales dado que prácticamente no sale de las cinco primeras notas de una escala mayor.
En ese sentido, la melodía tiene un rasgo popular y una llamativa sencillez. A la par, el tratamiento que Beethoven hace es de no poca complejidad, como sucede con la sinfonía en su conjunto. La instrumentación no sólo es monumental, sino que se trata de una partitura muy exigente para todos los músicos.
Para finalizar, a manera de pretexto y festejando este 200 aniversario de su estreno, los invito a tomarnos 74 minutos (por mucho) y escuchemos tranquilamente esta magnífica obra, pues como dijera mi profesor de música en la Escuela Secundaria: “Es casi un deber humano escuchar de vez en cuando la música de Beethoven”.
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