La madrugada del 18 de septiembre de 1970, lluviosa capaz de envolver cada centímetro de las calles del barrio de Nothing Hill en Londres con una capa de neblina púrpura. Pisos arriba del hotel Lansdowne Crescent un cuerpo se desplomaba sumamente cansado sobre una cama king size. El cuerpo que sólo abrió sus ojos al caer y verse años antes a muchas miles de millas de distancia, del otro lado del planeta, en un club maloliente en Clarksville, Tennessee, con apenas 16 años pero con 400 dólares en la mano para gastar a totalidad. Como un especie de Dejá-Vu pronosticado por sus prácticas del Vudú, ese cuerpo solamente podía escuchar aquellas notas que cantaban gente como Johnny Ace, Alex Chilton, Sheri Jones-Moffett, Riley Clemmons o el mismísimo B.B. King. El cuerpo, de tan solo 27 años, suspiró con una sonrisa en los labios, tan amplia como ese piano de dientes que de pronto nos ponía en contacto con su hechizo, capaces de tomar su Fender Stratocaster y hacer el mismo número que lo hacía con sus mágicos dedos. No faltaba mucho cuando en su ensueño barbitúrico vio el rostro de cada uno de ellos que lo inspiraron y guiaron en el blues y el rythm & blues, incluso los miembros de aquella su primera banda King Kasuals y la mano sobre su hombro del pater John Lee Hocker.

Ese cuerpo pertenecía a James Marshall Hendrix.

Su muerte anunciaba el famoso club de los 27 donde se han inscrito varios ídolos del Rock como el mismo Jim Morrison, Janis Joplin, Kurt Cobain o Amy Winehouse. ¿Qué podría envolver tanto a sus vidas a velocidades vertiginosas para pasar a otra dimensión? Sólo nos podrían quedar un montón de especulaciones, pero nos quedarían aquellas notas de sonido para descubrir con el tiempo el mensaje, algo más que póstumo, para congraciarnos de que aún estamos en esta tierra.

Nacido el 27 de noviembre (otra vez el número 27) de 1942 en Seattle, Washington, de familia afrodescendiente con mezclas de sangre cherokee, fue registrado primero bajo el nombre de Johnny Allen Hendrix, pero su madre al ser abandonada por su marido, optó por cambiarle el nombre por James Marshall y siempre orgullosa de sus raíces indígenas.

Ya conocido simplemente como Jim, recorrió parte de su vida de un lugar a otro clavándose en Clarksville, Tennessee, sin lugar a dudas el mejor lugar para caer en los momentos donde florecía una gran generación de músicos. Y así pudo ir pasando lista en varios grupos cuando a los 15 años ya demostraba algo más que habilidad para rasguear cualquier guitarra. Y empezó a caer en blandito justo cuando pudo tener oportunidad de tocar con The Isley Brothers (artículo que Marco Antonio Brito nos ofreció hace dos semanas y que lo pueden ver aquí en https://elcirculobeatle.com/lo-que-the-isley-brothers-aportaron-a-la-discografia-beatlera. Y posteriormente estaría pasando lista con Curtis Knight and the Squires, con el grandioso Little Richard  y su compañía de cantantes y orquesta, hasta ser descubierto por Chas Chandler, el bajista de The Animals de Eric Burdon, para llevarselo a Inglaterra y ser su representante.

Y justo aquí les presento una de las primeras actuaciones de Jimi como músico de apoyo para la Little Richard’s Royal Company en un programa de televisión antes de partir al Reino Unido con una actuación de los hermanos Buddy & Stacy.

https://www.youtube.com/watch?v=wpl29xapwFU&ab_channel=ConcertMatrixReloaded

El rostro de Jimi veía sólo aquel techo del cuarto de hotel que arrendaba su novia alemana Monika Dannemann y en el cielo raso pudo observar la imagen de aquel músico blusero, Robert Johnson acusado de venderle su alma al diablo. Sus oídos que emanaban fluido sanguíneo, podían escuchar el griterío de más de doscientas chavas viendo a Elvis Presley aquella vez que pudo verlo actual un primero de septiembre de 1957.

Aquí una de las grabaciones de Little Richard con la guitarra de Hendrix en 1965 en su nuevo estilo acercándose más al Soul y dónde la virtualidad de Jimi es innegable. I aint watcha do.

El reencuentro con su padre tuvo frutos inmediatos en esos primeros años. Desde aquella vez que formó su  banda The Velvetones donde su guitarra apenas se podía escuchar y que gracias a papá Hendrix pudo obtener una Supro Ozark que le dio mejor rendimiento y volumen para actuar en los circuitos profesionales con grupos como The Rocking Kings donde ya pudo comprarse una Silvertone Denelectro de color rojo.

El cuerpo de Jim no se movía, pero su respiración lo llevaba de nuevo a pasear a sus viejos tiempos como cuando siendo alistado al ejército en el cuerpo de paracaidistas, llegaba a pasar en las barracas tocando y deleitando a sus compañeros de armas. Lo mismo que podía verse tocando en sus primeras grabaciones con The Isley Brothers o con Curtis Knight. Pero al voltear la vista se podía reencontrar con sus viejos siempre leales músicos; Noel Redding y Mitch Mitchell con quienes habían construido en breve tiempo, después de varios rechazos, lo que bien se llamaría The Jimi Hendrix Experience.

Entonces el cuerpo ya no era cuerpo. El contacto espiritual se elevó por encima de su esencial existencia. Podía verse así mismo con los ojos abierto y aquella sonrisa. Sólo asintió que podía ser algo más que una simple experiencia.

Y se dio cuenta que ya no estaba en aquella habitación. Sus sentidos habían traspasado las paredes y encontraba la mano de su madre que lo devolvía aquel festival de la Isla de Wight en 1969 vislumbrando entre la multitud a los ojos de un John Lennon absorto en el hechizo de su Fender blanca con el wah-wah magistralmente manejado.

El rostro de Monika intentaba ver a los ojos de Jim pero tan sólo fueron aquel vehículo que los llevó de regreso a Monterey California, en 1967.

https://www.youtube.com/watch?v=fe82eYRjiBU&ab_channel=EduardoGavino

No eran los efectos del ácido lisérgico, sino aquella ruta chamánica que le habían enseñado las lecturas de Carlos Castaneda como aquellas Enseñanzas de Don Juan. Los caminos tendrían que ser aquellos que su alma, su espíritu, no su cuerpo, podían llegar a ese punto y entonces si, sus manos podían interpretar al mismo espíritu, inmerso en el fuego y en el aire.

https://www.youtube.com/watch?v=E2aQ4gVsSL8&ab_channel=yrenruffians

Y renacer y volver a morir. Y así se le vio en el festival de Woodstock, la más grande conflagración musical en la historia, cuna de una generación que padecía la guerra de Vietnam, la ruptura generacional, los choques raciales, el encuentro al amor libre. Para ese entonces, Hendrix era el músico de rock mejor pagado. Su influencia creaba ambientes únicos que marcaban los finales de la década del 60. Aquella presentación en el Festival de Woodstock, irreverente como ella sola, su destrucción de la guitarra como símbolo de muerte-nacimiento, a la vez que una rebeldía constante contra lo establecido.

Los problemas con las drogas parecían no importar el camino. Estaba trazado y así lo concibió.

A 50 años, Hendrix sigue sonando y sigue embrujando los canales auditivos de quienes caímos, sin decoro alguno, en el hechizo que nos legó.

Y hasta aquí, en recuerdo al brujo zurdo del rock. Jimi Hendrix a 50 años de su desaparición.

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