Siempre es maravilloso recordar y más si se trata de eventos de vida. A continuación una reseña personal de un concierto único.
La noticia nos llegó a México a principios de abril.
Los planes para ir a pasar la noche a las taquillas del Palacio de los Deportes (en donde se venderían los boletos para la presentación del 27 de mayo en el Foro Sol de Paul) se vinieron abajo pronto a pesar del entusiasmo por malpasarnos y hacer todos los sacrificios que fueran necesarios: primero se venderían los boletos para los tarjetahabientes de ese banco importante y sería en internet. Dos días después, el resto de los mortales sí tendrían(amos) que pasar la noche allá o afuera de cualquier tienda de discos con ventas automáticas de boletos para conciertos.
Ésta, la primera angustia fuerte, se resolvió sin mayor consecuencia. Uno de los amigos de nuestro grupo contaba con la tarjeta y estaba dispuesto a permitirnos usarla para comprar nuestros lugares de primera fila, por supuesto, vía internet a las 10:00 de la mañana, hora en que el portal abría la venta. De ahí lo único que siguió fue esperar la fecha indicada.
Sobra decir que la noche anterior no dormí. Nada. Fue lo de menos; a las 9:20 a.m. me encontraba ya lista, recién bañada y desayunda, sentada enfrente de mi bella iMac, con el portal de venta de boletos abierto frente a mí, con todos los números de la tarjeta de crédito prestada registrados ya en un documento Simple Text (copy & paste, that’s all you need!), con una deliciosa taza de café a un lado y con todo mi entusiasmo y experiencia cibernética puestos a disposición de conseguir rápidamente boletos de primerísima fila para el primer concierto que Paul daría en la Ciudad de México. Vía mi Facebook, mi Twitter, mi celular y mi teléfono fijo me puse de acuerdo con todos los involucrados: uno de ellos se encontraba con un amigo y enfrente de su computadora para comprar cuatro boletos; otro en su oficina intentando lo mismo para dos personas y yo, velando por la felicidad de otros cuatro. Eramos diez en total y todos queríamos lo mismo: ver a Paul McCartney desde la primera fila del Foro Sol.
El portal abrió con 8 minutos de retraso. Ocho minutos que en cada uno de sus 480 segundos atestiguaron un sendo número de reloads de mi navegador. Cuando finalmente vi el formulario de compra abierto ante mí sentí un hoyo en el estómago lleno de adrenalina. Llené los datos requeridos: cuatro personas sentada juntas, el mejor lugar posible de la Sección Platino Plus y de ahí hice click en COMPRAR. Eran justo las 10:10 de la mañana y yo ya me veía brincando de felicidad en un minuto más.
No sucedió. El portal rebotó mi compra. Lo volví a intentar, con paciencia, con entusiasmo y con una sonrisa de felicidad en mi rostro. Cero. Compra rebotada nuevamente… y así siguió el asunto.
Una hora y 40 minutos después, con la peor frustración que he sentido en mi vida y con lágrimas en los ojos recibí una llamada de uno de los artistas con los cuales trabajo. Me preguntó si había conseguido algo. Al decirle que no, me solté llorando como niña y con todo el espantoso sentimiento de sentirme ya excluida de un evento que significaba el mundo entero para mí. Mi respuesta le asombró. Me pidió que me calmara y que no llorara porque con él siempre tendría un boleto para mí en ese evento. Sin embargo, confirmó mis temores: él tampoco había podido conseguir cuatro asientos juntos sino sólo uno y en la fila ¡¡DIECISEIS!! Las lágrimas que había contenido momentáneamente empezaron a fluir de nuevo: tendría que reiniciar todo e intentar, a casi dos horas del inicio de la preventa por internet, obtener cuatro boletos lo más cercano posible al escenario y separados entre sí. Era eso o nada. Me autoregañé por permitir que alguien me oyera llorando, me sequé las lágrimas, fui al baño (a donde no había podido ir porque nunca dejé de intentar una compra durante los 120 minutos recientes), regresé y, una vez más, abrí la página del formulario inicial.
Fue en este momento que el universo se alineó y se apiadó de mí. Conseguí cuatro boletos, todos ellos separados, uno en la fila 10, frente a Paul, otro en la 12 igual que el anterior y dos en la 14 a un costado del escenario. Ya ni le pensé y no quise desdeñarlos: los tomé y ahí mismo ingresé los datos de la tarjeta de crédito sintiéndome muy agradecida con la vida porque, al menos, diez filas enfrente estaría frente a mí un Beatle. Pudo haber sido mucho peor, créanmelo.
Días después se abrió la preventa en internet para el segundo concierto, el del 28 de mayo. Ahí, ya con toda la experiencia duramente adquirida, compré de manera inmediata sólo dos boletos. Mi grupo de amigos decidió no asistir a este segundo show y yo, que no me lo hubiera perdido por ningún motivo, confirmé mi intención adquiriendo, ahora sí, dos boletos juntos en la Sección Naranja A (primera fila de las gradas laterales al escenario). Fui a ese segundo concierto con mi hija, a quien le quise dejar una experiencia de vida que yo se que recordará muchos años después de que yo me haya convertido en historia.
La Beatlemanía inundó la Ciudad de México a mediados de mayo del 2010. Miles de posters del concierto adornaron la ciudad y todos queríamos uno. Los rumores sobre el hotel en el cual se hospedaría Paul McCartney y su banda cambiaban de versión por día: Four Seasons porque ya estuvo ahí, Marriot Alameda porque es nuevo, Sheraton porque está enfrente del Ángel de la Independencia… nadie sabía nada con certeza pero todos queríamos una confirmación. Los programas de radio contagiaron a los beatleros y no beatleros y en las redes sociales el tema se mencionaba recurrentemente. Todos queríamos que llegara ya el 27 de mayo.
El 27 de mayo llegó y justo como lo predije, nadie durmió bien una noche anterior de la emoción. La cita con Paul era a las 9:00 de la noche pero todos llegamos desde la 5:00 p.m. La entrada al Foro Sol desbordaba gente y los puestos de memorabilia llenaban 6 pasillos que daban al acceso principal al foro. Amigos, conocidos, compañeros de trabajo, enemigos, beatlefans y simples desconocidos desfilaron por todos ellos. Todos nos tomamos fotos, todos nos reconocimos como compañeros de vida por el simple hecho de tener el mismo gusto musical.
La emoción creció conforme pasaba el tiempo y llegó a niveles de cuerpo invadido de adrenalina pura cuando finalmente pude llegar a mi asiento, 30 minutos antes de que Paul saliera al escenario. Un señor de edad a mi derecha y un treintón escultural a mi izquierda fueron mis compañeros de evento. A ninguno conocía y con los dos pasé las siguientes dos horas y media como si fueran amigos de toda la vida, gritando, brincando, cantando y bailando con ellos. Sin recordar siquiera sus nombres ahora, seis meses después, les agradezco profundamente la esplendida compañía así como la mirada de empatía pura del guapísimo treintón que tímidamente me dio una palmadita en el hombro cuando se dio cuenta de que me solté llorando como quinceañera justo cuando Paul salió al escenario. Gracias, bombón… nadie mejor que tú para un evento de esa magnitud 🙂
Y sí, hubiera querido estar más cerca de Paul, ¡mucho más cerca! Sin embargo, agradezco profundamente la oportunidad de haber estado ahí, a diez filas de un Beatle, al menos una vez en mi vida. Este mayo, señores, taché un inciso más de la lista personal de cosas que hacer antes de morir. ¡Voy por el resto!
Tere Chacón
Noviembre 2010
TU VOZ