Hay piezas que se suelen interpretar por separado en conciertos, como los coros o el intermedio orquestal. Una de ellas es el Intermezzo de la Opera Cavalleria Rusticana; ya que consta de una gran emotividad. Su difusión se vió enormemente reforzada por la inclusión de este segmento de la opera en diversos filmes de Hollywood.
Aunque las óperas de Pietro Mascagni (1863-1945) hoy no se programen con frecuencia, en su momento gozó en vida del aplauso de la crítica y del público. Mascagni y Lorenzo Perosi –gran maestre de la Capilla Sixtina- eran buenos amigos y a menudo bromeaban. Un día Mascagni le dijo a Perosi que en su oratorio El Juicio Universal no había tal juicio, a lo que el sacerdote le contestó que en su Cavallería Rusticana los caballos no aparecían por ninguna parte. Esta ópera aportó un gran éxito a Mascagni y su Intermezzo adquirió cierta autonomía por su exquisita belleza e intimismo, al adaptarle posteriormente el texto de una plegaria Ave María de Doménico Capellina.
La Opera es en un solo acto, Cavalleria Rusticana de Mascagni (algo así como “Honor de Campesino”, en traducción libre) tienen significados y resonancias que parecen representar el clamor sentimental de un país, Italia, siempre sediento de sones henchidos como el Va Pensiero de Nabucco (1842), que recogen el sentir herido de una nación partida en dos o en infinitas partes. La opera se sitúa en Sicilia, durante la fiesta de Pascua. Sus personajes son aldeanos y campesinos que lidian en torno a un amor no correspondido y el repudio a una mujer de dudosa reputación por parte de una sociedad conservadora. El fragmento más popular de la obra es un preludio o Intermezzo que la orquesta ataca en un momento en que los personajes han abandonado la plaza donde estaban congregados para entrar a la iglesia. El objetivo del intermezzo en la opera, no es el de relajar al espectador, más bien es todo lo contrario. Aunque muchas veces el telón del escenario esté abajo mientras se interpreta, su propósito es el de generar tensión. Nos recuerda aspectos del argumento y nos prepara para lo que va a venir a continuación que, por regla general va a ser la parte más dramática de la obra.
Este Intermezzo; y cómo no, la obra completa, siguen siendo muy populares en nuestros días. La popularidad de una pieza musical es un fenómeno perfectamente viral. El rescate sistemático de una ópera, por ejemplo, es un recurso recurrente para anuncios de televisión, bandas sonoras de películas y toda diversidad de productos audiovisuales o piezas artísticas. De repente sirven para el nuevo comercial de Audi, como pueden verse en la rutina técnica de un equipo de nado sincronizado Su difusión es una realidad cultural e industrial imparable. Estará en todas partes antes de que alguien pueda darse cuenta. Concretamente, el famoso Intermezzo de Cavalleria Rusticana cuenta con algunas apariciones afortunadas en el séptimo arte.
De los ejemplos de lo anterior me vienen a la memoria dos filmes inmortales donde este fragmento de esta ópera ha sido utilizado. El primero, el gran Toro Salvaje de Martin Scorsese. Con todas sus resonancias italianas, y por qué no, italoamericanas, el célebre Intermezzo es utilizado de forma muy lírica en los créditos iniciales de este filme en aquella famosa escena en la que Robert de Niro perfectamente encuadrado a blanco y negro regala golpes a su propia sombra, brincando a cámara lenta sobre un ring nebuloso acribillado de miradas y flashes expectantes. De entrada Scorsese da la bienvenida a su película con este solitario puñetazo, una floritura descarnada pero hermosa a la vez, con la música como herramienta claramente destacada. Cuando le película se hizo popular entre el público de Estados Unidos (pasaría con el tiempo, porque de entrada la cinta apenas logró recuperar su inversión en los cines), el nombre de Pietro Mascagni sería solicitado con insistencia en muchos círculos culturales y cinematográficos. Cuarenta años después de su muerte su música empezaba a alojarse en el imagino cultural masivo.
El otro acierto de su aparición sucedió en la tercera parte de la saga El Padrino del director Francis Ford Coppola; se puede ver una de las escenas más impactantes de toda la trilogía, lo cual ya es un mérito, puesto que hay muchas y muy buenas. La secuencia a la que nos referimos es la última del film y por lo tanto de la serie. Michel Corleone (Al Pacino) se encuentra en Sicilia, más concretamente en la Casa de la Ópera de Sicilia, en Palermo, donde ha acudido para presenciar el debut de su hijo Anthony como cantante de ópera. Allí se encuentran también la madre de sus hijos, y su hija Mary. Don Corleone ha prohibido a su sobrino Vincent Corleone que continúe con sus relaciones amorosas con su hija, si quiere ser el nuevo Don. Cuando Mary se ve rechazada por él, va a encontrarse con su padre para pedir explicaciones y allí en las escaleras del teatro, un asesino contratado para asesinar a Michael, dispara, pero su tiro no da en el blanco: Michael apenas sufre un rasguño, pero Mary recibe un tiro en el pecho que la mata instantáneamente.
Como música de fondo a esta secuencia dramática suena el maravilloso Intermezzo de la ópera de Mascagni. Esta era la ópera que de acuerdo al argumento del film se representaba esa noche en el teatro. Y esa música es la que acompaña uno de los momentos interpretativos mejores en la carrera de Al Pacino: su grito silencioso, lleno por el dolor de ver a su hija muerta. En el film, en ese momento se escucha como alguien grita “Hanno ammazzato la figlia Maria!” (¡Han matado a su hija Maria!) , haciendo una alusión al texto final de la ópera Cavalleria Rusticana cuando se oye decir: “Hanno ammazzato Turiddu!” (Han matado a Turiddu). La música acompaña con gran fuerza el momento más claramente desgarrado de la trilogía. Kay Adams abraza el cuerpo moribundo de su hija. Michael la llora con el grito descrito hacia el cielo que luego se vuelve sonoro. Connie Corleone grita y luego mira estupefacta, ciñéndose el pañuelo negro sobre la cabeza en señal de duelo. Vincent Corleone cumple con lo previsto y hace lo que haría Sonny, su padre: ejecutar a quemarropa al asesino. Luego contempla lívido y desencajado cómo se marcha para siempre la mujer que ama.
Por si no fuera suficiente, el plano se funde con tres flashbacks cuando la música ya está en su momento álgido: El primero muestra a Michael bailando con su hija en la secuencia inicial de la fiesta, en esa misma película; El segundo es Michael bailando con Kay al inicio de la segunda parte tras el bautizo de su hijo; y el último es Michael bailando con Apollonia en Italia, su esposa siciliana de la primera y mejor de las partes a mi personal punto de vista. Para terminar, un Michael más que anciano se derrumba para terminar con su vida consumido sobre la grava de la casa de Don Tomassino mientras el Intermezzo diluye sus últimos sones. Es la última imagen de la saga. Por si cabe alguna duda sobre la importancia de esta ópera para los creadores de El Padrino, baste decir que decidieron cerrar la mejor trilogía de la historia del cine con Cavalleria Rusticana.
Pietro Mascagni murió en la ruina. Su carrera no fue sino la historia de un golpe de efecto y de un talento modesto. Compuso Cavalleria Rusticana en nueve semanas merced a un concurso que convocó el editor milanés Eduardo Sonzogno en 1889. Para su sorpresa ganó el certamen y la obra fue estrenada y representada en el Teatro Costanzi. Después de este espaldarazo, Piertro produjo sin cesar mas obras pero nunca revalidó del todo las mieles. De quince óperas y más de treinta piezas para piano y voz, tan sólo se mantienen en repertorios la ópera mencionada así como L’amico Fritz (1891).
Luego de varios años de sinsabores se le ungió como compositor oficial de régimen de Benito Mussolini y el músico toscano le dedicó a su Duce una grandilocuente ópera llamada Nerone (1935). Pero Roma terminó por arder por la segunda guerra mundial y con los estertores de la Italia fascista y vino la ruina definitiva de Mascagni. Falleció pobre y sin padrino ni gloria en el Hotel Plaza romano. Ninguna autoridad asistió a su entierro y su cuerpo no sería devuelto a su natal Livorno hasta seis años después.
Afortunadamente la nobleza rural de Mascagni es ya un símbolo de dominio público, una intersección moral de lo honorable con lo pasional que produce imágenes muy reconocibles por todos. Si el Intermezzo de Cavalleria Rusticana produce en los oídos el efecto de la reminiscencia inmediata, si nos conmueven hasta las lágrimas sus notas, significa que la obra ya está entre nosotros para no marcharse jamás.
El Intermezzo además de en música en películas, ha sido utilizado de un modo constante con afortunadas adaptaciones con buenos resultados, como una versión del rezo del Ave María con esta gran música que fue grabada en el año 2002 por Placido Domingo en dueto con la cantante noruega Sissel siendo estrenada con buena recepción en el Duomo de Milán. Para estos días de Semana Santa esta adaptación es más que adecuada, pues en la letra realizada por Domenico Capellina, además del rezo en cuestión, se agregan unas líneas donde se hace una reflexión al dolor de la Virgen María al ver a su hijo morir en el Calvario. Placido Domingo se une a Sissel bajo esta conocida música marcándose un dúo en el que el tenor demuestra seguir siendo el gran cantante de siempre con un delicado final a media voz.
Como una anécdota final; desde mi infancia he seguido de cerca la trayectoria de los marchistas mexicanos. Aquellos que en los años 70 y 80 llenaron a México de medallas olímpicas. El padre de la marcha mexicana fue el polaco Jerzy Hausleber que llegó contratado como entrenador para los juegos olímpicos de México 68 y se quedó para siempre en nuestro País. Cuando tristemente falleció casi en el olvido por parte de las autoridades deportivas de nuestro país, el mismo Hausleber pidió que su funeral fuera fondeado musicalmente con este intermezzo, caso parecido al de la reina quien pidió algunas marchas fúnebres en específico. Meditando en eso, no me desagradaría este intermezzo para mi propio funeral que espero sea dentro de mucho tiempo.
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