Estamos a unos días de celebrar un aniversario más del “Grito de Dolores” que conmemora el inicio de la Guerra de Independencia de México realizado por Miguel Hidalgo. Esto es buen pretexto para analizar una de las obras musicales más escuchadas en México con motivo de dichas fechas. Así como ocurre con Ravel, cuya obra maestra y más popular se conoce como “Bolero de Ravel” y no simplemente por su título original –Bolero–, la pieza sinfónica mexicana Huapango para orquesta, del compositor mexicano José Pablo Moncayo, es identificada por todo aquel que la conoce, como el “Huapango de Moncayo”. Desde su estreno en agosto de 1941 en Ciudad de México con el compositor Carlos Chávez, como conductor, la obra fue adquiriendo tal popularidad que en ocasiones se la ha citado también como “el segundo himno nacional mexicano“.

Yo personalmente conocí esta obra una tarde de septiembre de 1977. Se acercaban las fiestas patrias y mi señor padre al salir a las compras en el super, junto a mi Madre, regresó a casa con un LP de la marca Musart que contenía música clásica mexicana y sinfónica. Abrió el celofán de la funda a lo cual yo observaba todo con curiosidad y me dijo: “…vas a ver que te va a gustar esto”, puso a girar el tornamesa de nuestra consola Telefunken y con habilidad llevó la aguja a la segunda parte de la cara A. Entonces comenzaron a sonar las notas del Huapango y yo quedé más que encantado. Mi padre fue un gran melómano y siempre nos transmitió su gusto por la música de todos los géneros.

El Huapango de Moncayo es un poema sinfónico para orquesta que despierta la mexicanidad, que con su alegría atrapa y levanta el espíritu. Es la obra sinfónica mexicana más famosa en el mundo y una de las populares en México. Se estrenó cuando el compositor, pianista, percusionista y director de orquesta José Pablo Moncayo García tenía 29 años. Nació el 29 de junio de 1912 en Guadalajara, Jalisco  y murió en la Ciudad de México el 16 de junio de 1958.

El autor de esta gran obra musical ingresó a los diecisiete años al Conservatorio Nacional de Música y debió pagar sus estudios tocando el piano en cafés y acompañando a cantantes aficionados en estaciones de radio. Posterior a esto, trabajó principalmente como director de orquesta, José Moncayo escribió un par de sinfonías, una ópera y un ballet, entre una producción relativamente modesta. En 1941, su maestro Carlos Chávez le pidió a Moncayo que escribiera una pieza basada en la música popular de la zona de Veracruz, del Golfo de México, para la Orquesta Sinfónica de México (Hoy Orquesta Sinfónica Nacional), en la que Moncayo había tocado como percusionista desde su fundación en 1932, todo lo anterior para participar en un concierto que celebraría a los autores nacionales más promisorios de aquellos años. Chávez sugirió que tomara como inspiración la música popular de la zona, para lo cual debía dirigirse a las fuentes.

Moncayo contaba así su experiencia:“… Fuimos a Alvarado, uno de los lugares en que se conserva la música folclórica en su forma más pura. Estuvimos durante algún tiempo recopilando melodías, ritmos e instrumentos. Al transcribirlos nos causaban una gran dificultad los huapangos porque los “alvaradeños” (así se le llama a la gente oriunda de la ciudad de Alvarado) nunca cantaron dos veces la misma letra en la melodía. Cuando regresé a la Ciudad de México mostré a un colega el material y me aconsejó: “exponga el material como lo oyó y desarróllelo de acuerdo a su propio estilo”. Así lo hice y quedé satisfecho…”

La palabra huapango se deriva de vocablo náhuatl “cuauhpanco” que significa “sobre la tarima”, es decir, la tarima de baile. Otros sugieren es una deformación del término español fandango o también la contracción, de las palabras Huasteca y Pango, del Río Pánuco, Veracruz. También es una transformación de la palabra que se usa para designar a las fiestas en las que se ejecuta el son huasteco.

Imprescindible en el repertorio sinfónico de las orquestas de México, el Huapango de Moncayo es una celebración y una reinterpretación de los ritmos tradicionales típicos de Veracruz, el huapango entre ellos –fruto de la fusión de las tradiciones musicales de los indígenas con la instrumentación europea-. La obra la conforman tres sones veracruzanos: el “Siqui sirí”, el “Balajú” y el “Gavilancillo”, que por obra y gracia de Moncayo devinieron en un feliz arreglo para orquesta sinfónica.

La riqueza de las formas de la música folclórica de México fue entendida por Moncayo a la perfección del modo como dibuja los sones de la huasteca haciendo apología del copleo de dos cantantes huapangueros plasmados cuando se “escuchan los diálogos” entre la trompeta y el trombón solista. La genialidad del compositor en emplear el arpa, los violines rasgados que en su sonoridad suenan como guitarras. Con inexplicable sapiencia en un joven de 29 años, al componer su Huapango, Moncayo fue capaz de llegar al territorio del genio, y se inserta legítimamente en ciertos métodos compositivos de músicos como Haydn, Handel, Mozart, Beethoven y varios otros, quienes a partir de materiales comprobadamente “ajenos” –y muchas veces populares- supieron crear obras irrepetibles, muy por encima del motivo “inspirador” original.

La diferencia entre el huapango de Moncayo y el huapango tradicional es la instrumentación; el huapango que se escucha en la Huasteca se toca con requinto, arpa, guitarra, uno o dos violines, jarana y la voz cantada. Mientras Moncayo utiliza todos los instrumentos de una orquesta sinfónica tradicional; de ahí, la intensidad sonora en algunas secciones cuando se toca se escucha grandioso; en otras secciones con sonido media, más lentas y reflexivos el volumen es menos fuerte, pero cuando toda la orquesta regresa y retoma el motivo alegre pareciera que la orquesta toca con furia. Por eso, cuando se escucha nos identificamos inmediatamente, se pone chinita la piel, se parece a nosotros los mexicanos.

 

Una anécdota respecto a lo mencionado sobre la diferencia de la instrumentación tradicional y la de la orquesta sinfónica y que me ayudó a entender más la complejidad de la obra, la experimenté años después de conocer la pieza, cuando ya me encontraba estudiando la carrera de Ingeniería en Electrónica en el IPN (Instituto Politécnico Nacional). Yo cursaba después de las clases de ingeniería, el idioma inglés en el Centro de Idiomas del mismo IPN. Un día que a mi grupo se le ocurrió “matar” clases me quedé con horas muertas antes de tomar mi clase de inglés. Vi anunciado en los pasillos de la escuela que en uno de los auditorios de la misma se iba a llevar a cabo un recital de arpa clásica con uno de los Hermanos Zavala (Si, uno de los famosos hermanos que hacían coros en el Festival OTI), al tener tiempo de sobra mientras comenzaba mi clase de inglés, me pareció buena idea acudir al recital.

Me dirigí al auditorio y tomé asiento, fue una pena que éramos a lo mucho unos 15 estudiantes los que estábamos en el recinto. ¿A qué va todo esto? En una parte del recital, porque el chavo era concertista de arpa clásico, nos contó que si existía dentro del repertorio mundial de música clásica una obra con grado de dificultad máximo para el arpa, esa era el Huapango de Moncayo y que cuando les anunciaban a los arpistas miembros de las orquestas sinfónicas que se iba a interpretar la obra, materialmente se ponían a sudar de los nervios. Nos contó que los pasajes de solista que se escuchan en la obra son tan difíciles, que pocos virtuosos lo tocan bien sin ningún error. Lo anterior debido a que en un arpa folclórica tradicional, las cuerdas están montadas en dichos instrumentos con una tensión del grado de KILOS, lo que le facilita al músico folclórico tocar los sones y huapangos con la agilidad que tanto gustan a la gente. No es el caso del arpa clásica que nos explicó en contraste que sus cuerdas están montadas con una tensión del grado de TONELADAS, esto es, las cuerdas están tan tensas y duras que es casi imposible tocar esos sones con la misma agilidad en los dedos que un arpa folclórica facilita.

Con lo anterior les pido que la próxima vez que escuchen el Huapango de Moncayo en las partes de arpa, valoren que tal vez es el instrumento que se lleva la obra en cuanto a grado de dificultad. Y es que al analizar estos detalles, que a veces nos pasan desapercibidos, nos hace enfrentar una obra como ésta que lo mismo conmueve que asusta. Sobre todo cuando tantos y tantos célebres especialistas mexicanos (y extranjeros) han plasmado sus conocimientos alrededor de una de las piezas sonoras más características de la idiosincrasia e identidad mexicanas.

El estreno de la obra en el Palacio de Bellas Artes, el 15 de agosto de 1941, levantó encontradas opiniones: desde el elogio hasta la indiferencia. Se cuestionó su carácter mexicanista, se puso en tela de juicio el oficio del compositor; sin embargo, la respuesta del público siempre fue entusiasta y receptiva. En Estados Unidos y países de Latinoamérica donde se tocó al poco tiempo de su estreno mundial fue un rotundo éxito y quedó como una clara muestra de la mejor música mexicana. Al pasar los años se fue posicionando mundialmente y es conocida actualmente en las salas más famosas de concierto de Europa y Asia.

De principio a fin, el Huapango de Moncayo está colmado de rasgos magistrales. Vale la pena destacar el sutil ascenso de los temas al inicio, a partir de la bruma establecida por los timbales y el fagot; la unificación de diferentes métricas mediante una estructura rítmica coherente y vital; el glissando simultáneo de arpa y xilófono a manera de voleo de faldas; el solo de arpa en la sección central –tan llena de dulcedumbre-, eco de las arpas jarochas de Veracruz, y el dialogo entre trombón y trompeta solistas, que se insultan gozosos incitados por el resto de la orquesta. Pero, sobre todo, aquel pasaje –ya hacia el final- donde tradicionalmente muchos músicos gritan y chiflan de alegría cuando tocan el Huapango en vivo y donde Moncayo llegó aún más alto, al glorioso clímax orgásmico de toda la obra –plena ya de varias culminaciones parciales poderosísimas- mediante el alargamiento o aumentación expansiva de uno de los temas, en voz de los metales.

Pese a que todo parecería miel sobre hojuelas, el éxito de la obra jugo también como un hándicap en contra de Moncayo, ya que a pesar de que escribió otras obras importantes, siempre quedó ligado al Huapango, incluso hasta nuestros días. Se cuenta que al pasar los años, el compositor llegaba a referirse a sí mismo, con no poca tristeza o sarcasmo, como el “José Pablo Huapango”,  tal era la influencia de la popularidad que había alcanzado su célebre pieza. No halagaba mucho a Moncayo esa circunstancia pues, aún el día de hoy, el resto de su legado musical sigue “bajo la sombra” de la pieza que le dio fama. Cuando le preguntaban por su obra maestra, Moncayo contestaba que era más bien una suerte de “tesis de graduación o examen profesional” que una obra consumada.

José Pablo Moncayo García murió víctima de una afectación del pericardio, contrastante con su pasatiempo que tenia de practicar el alpinismo. Numerosos homenajes se celebran con regularidad en memoria del compositor, cuyos restos se encuentran en la Rotonda de las Personas Ilustres de México, junto con héroes nacionales, artistas, militares u hombres políticos destacados, en el Cementerio de Dolores, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México.

¿Nacionalismo musical, impresionismo, romanticismo tardío?¿Dónde encasillarlo? La respuesta es más compleja y más sencilla: Es solamente música, trabajada desde todas sus posibilidades: colorísticas, armónicas, rítmicas, y de orquestación se fusionaron maravillosamente. Esta obra atemporal a menudo está empleada por todo tipo de medios, de suerte que muchos intelectuales mexicanos se indignan a menudo contra la vulgarización masiva del Huapango que sigue siendo, para muchos, la obra musical más emblemática del país. A partir de su estreno, la pieza sinfónica  se ha convertido en una especie de poderoso símbolo sonoro que refleja con maestría lo mejor de nuestra tierra. En esta música parecería leerse a Ramón López Velarde en su poema Suave Patria: “Cuando nacemos, nos regalas notas, después, un paraíso de compotas, y luego te regalas toda entera, suave Patria, alacena y pajarera.”

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