Para algunos, los parámetros significan seguridad, estabilidad y van confortables en medio de ellos; para otros, en cambio, representan un desafío, algo para ser traspuesto. Ambas opciones resultan válidas. Toda forma o institución que se desarrolle en el tiempo presenta interna y o externamente, la dialéctica entre el cambio y la permanencia. Así avanza, por ejemplo, una forma como la música; y también la humanidad.

El músico marplatense Astor Piazzolla representa un caso emblemático de lo expuesto. Reconocido ampliamente en distintos lugares del mundo, ha sido resistido durante un tiempo en su propia tierra, la Argentina, por muchos defensores de un género musical fuertemente establecido y con una gran carga simbólica como el tango. Sin embargo, el reconocimiento parece haberle llegado, tal vez en forma tardía. Es muy difícil negar el talento y la avanzada que significó Piazzolla para la música en general. Más allá de que muchos se sigan preguntando si efectivamente “¿eso es tango?”. O si era un músico clásico tocando y componiendo tangos; o el más jazzero de los tangueros por su virtuosismo en la ejecución del bandoneón, a punto tal que lo asimilaban al genial Charlie Parker. A la postre, y a cien años de su nacimiento, tal vez poco importa si se tiene que encuadrar en algún género musical o en ninguno. Quizá resulta mucho más interesante abrir los oídos del corazón y de la mente para dejarse atravesar por su inconfundible sonido. “Adiós Nonino”, por ejemplo, fue escrita durante una gira en la década del 50 en Nueva York. Allí se entera de la muerte de su padre. Se encierra en su cuarto durante una hora y media. Y al salir, nos deja esta maravilla:

Piazzolla o la revolución

No todos los días se cumplen cien años. El 11 de marzo de 2021, Astor Piazzola cumplió sus primeros cien años. Claro, él ya no está. Pero es difícil no sentir la presencia de un artista, porque su arte, en este caso su música, lo trae una y otra vez. Y con Piazzola, unos pocos compases bastan para pintar la atmósfera de Buenos Aires, allí donde se esté escuchando su música.  Nadie es profeta en su tierra. Y Piazzolla tuvo que vérselas con el exilio, las críticas y el éxito primero lejos del estuario del Río de la Plata. “El tango es una música para bailar”, “Eso no es tango, no se entiende”. Y es que como afirmaba Allen Ginsberg: “Cuando cambia la música se tambalean las murallas de la ciudad” y Astor, a puro golpe de talento y originalidad, estaba haciendo temblar los bastiones de una de las fortalezas sonoras del Río de La Plata. Estaba mezclando, incorporando nuevos estilos y sonidos provenientes de la música clásica y del jazz. De este último, podría encontrarse en su técnica de ejecución del bandoneón, las formas de la improvisación propias de músicos como Dizzie Gillespie o Charlie Parker. Se estaba gestando una revolución en la música popular, un tránsito que cambiaría su sonido definitivamente. Veamos, a modo de caprichosas instantáneas, algunas escenas de esa revolución.

Escena 1: Rubias de New York

La anécdota es bien conocida y está registrada en el film El día que me quieras (1935), pero a la distancia resulta fundante para la música popular. Allí una fugaz aparición de un chico de trece años, en la piel de un diariero se encuentra con Carlos Gardel. En esa oportunidad, el chico marplatense llamado Astor Pantaleón Piazzolla, cumple el sueño del pibe: el encuentro se produce en la ciudad de Nueva York donde Gardel se encontraba filmando y Piazzolla residiendo. Un piano y un bandoneón acompañaban al “zorzal”, pero como relata el mismo Piazzolla, el piano era tan malo que terminó tocando él sólo el bandoneón como acompañamiento. “El primer tango de mi vida fue acompañando a Gardel”, dice orgulloso. Sin embargo, Gardel le espeta que no le gusta su ejecución, que “toca el bandoneón como un gallego”, le dice. Y Diego Fischerman nos aclara que “tocar como un gallego” para el máximo exponente del tango canción, significaba “tocar sincopando”, al estilo de la música llamada “negra” como el blues y el jazz.  Todo un presagio.

Escena 2: Piazzolla y el swing

A veces los planetas parecen alinearse de un modo particular de forma tal que provocan un evento casi como fruto de las causalidades. Veamos. En un artículo del diario La Nación con motivo del centenario del nacimiento, Fraga da cuenta de que, en el año 1938, un bandoneonista de la orquesta del afamado Aníbal Troilo “Pichuco”, cae enfermo de gripe unos días antes de la presentación. Entonces: “Un ignoto Astor Piazzolla, con 17 años, logra una audición urgente con Pichuco; sube al escenario, pone el bandoneón en su regazo y, luego de un repaso fluido por el repertorio de la orquesta de tango más importante del momento, logra el lugar vacante. “Traete un traje azul”, le dice Troilo a Astor, a quien la noticia no le entra en el pecho: los dedos se desatan y del fuelle empieza a brotar la “Rhapsody in Blue” de Gershwin, una virtuosa oda a la música moderna y al jazz que expresaba más los imponentes rascacielos, los otoños dorados del Central Park y el frenesí neoyorquino de los años locos, antes que el clima de compadritos y gotán canyengue habituados en aquel café porteño. “Dejá esas cosas para los norteamericanos”, le advirtieron. No los escuchó”. Es que, si bien su origen data de la ciudad balnearia ubicada en la provincia de Buenos Aires rebautizada como “la perla del Atlántico”, de muy pequeño (“purrete” dirían en el ambiente del tango) emigró con sus padres y cambió “la perla” por “la gran manzana”. Allí, en un mundillo de gánsteres atravesados por la ley seca y la gran depresión aprendió la técnica del bandoneón mientras asistía a las presentaciones de bandas como la de Duke Ellington en la zona del Harlem. “Mi abuelo se acercó al jazz por cosas de la vida. Se fue a vivir a Nueva York de chico y estuvo como diez años allí. Era la época de las grandes bandas y eso se percibía. Incluso aprendió a hacer zapateo americano, con lo que se ganaba unas monedas en las esquinas. Si hacés eso, es porque ya estás relacionado con el ritmo”. El que habla es nada menos que Daniel “Pipi” Piazzolla, virtuoso baterista de jazz y nieto de Astor. Y sigue relatando a La Nación revista con el entusiasmo de quien saca tesoros de un viejo arcón: “Cuando iba a su casa solía mostrarme discos de Keith Jarret. Tuvo un ida y vuelta con esa música”. Astor Piazzolla, revolucionario y provocador autoconsciente, afirmó una vez: “El swing es todo, porque si uno no tiene swing en música no tiene nada (…) Y el tango en sí mismo no tiene swing: es una cosa militar: ¡ran-tan-plan!”. En el ya citado artículo de La Nación, María Susana Azzi, autora de una de las más reciente biografías del músico da cuenta de que algunas ideas piazzollianas causaron una conmoción entre los cultores tradicionales del tango. “Piazzolla rompió un paradigma musical. Él tocaba para ser escuchado, no para bailar”. Pues bien, escuchémoslo entonces.

Escena 3: Más allá del tango

“Libertango” es sin duda una de sus grandes creaciones. Ya su título parece una declaración de principios. Otra provocación. Una pieza que ha tenido muchas reversiones. Quizá una de sus más conocidas fue la que realizara la cantante actriz y productora jamaiquina Grace Jones. La canción aparece con el título de «I’ve Seen That Face Before (Libertango)» («He visto este rostro antes») segundo sencillo del álbum Nightclubbing. La letra fue escrita por la propia Jones y Barry Reynolds, y cuenta con frases en francés (en los créditos de autoría aparece Nathalie Delon). Ejecutada al ritmo del reggae fue grabada en 1981. En esa versión fluye de un modo muy particular el estilo, la interpretación y el clima que imprime Jones. Piazzolla afirmó: “El arreglo no es mío, es horrendo; pero ganaré dinero”.

Coda:

Habría muchas más cosas para incluir en un artículo sobre tamaño músico. Algunas de ellas, por ejemplo, que a mediados de los 50 formó el Octeto de Buenos Aires que innovó con la inclusión de la guitarra eléctrica, instrumento en ese entonces vinculado al blues y al jazz. Piazzolla quería un guitarrista que improvisara. Esa posición fue ocupada entre otros por Horacio Malvicino. Fue el inicio de lo que se conoció como el “Nuevo tango”. En 1969, Junto con Horacio Ferrer crea “Balada para un loco”, uno de sus éxitos más reconocidos e interpretados, entre otros por Roberto Goyeneche y considerada, paradójicamente, un “tangazo”. En 1996, se realiza “Astortango” un homenaje a Astor Piazzola que reunió a músicos de la talla de Chick Corea, Danilo Pérez y Gary Burton, quienes interpretaron “Violentango”. No podríamos cerrar esta recorrida sin alguna mención hecha por Piazzolla sobre Los Beatles y el rock: “Me gustan los Beatles. Punto. No creo que hayan descubierto la pólvora. Los que vinieron atrás sí empezaron a rodear el rock de buena música, a juntarse con grandes arregladores. Para tocar como Pink Floyd o Weather Report hay que tener encima muchas horas de conservatorio, si no, es imposible. Mick Jagger, de los Rolling Stones, es hincha de Stravinsky, de Béla Bartók, tiene todos mis discos. Eso lo sé por Jeanne Moreau, ella se los mandó de París a Londres, son amigos. (…) Todavía no pierdo las esperanzas de tocar con Pat Metheny o Al Di Meola. Es un hermoso desafío”. Se fue (es un decir) el 4 de julio de 1992.

Buenos Aires, 28 de septiembre de 2021.

Fuentes:
Fischerman, D. y Gilbert, A. (2009) Piazzolla. El malentendido. Buenos Aires, Edhasa.
Fraga, E. “Piazzolla y el jazz: libertad, rebeldía y creación”, Diario La Nación, 6 de marzo de 2021.

 

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