“En las mentalidades, la mitología nacida de un acontecimiento
a menudo prevalece sobre el acontecimiento mismo”.
(Los imaginarios sociales. B. Baczko)

 

Londres es un territorio herido por un brazo de agua, el Támesis, A sus riveras se despliegan varias ciudades. Westminster, Chelsea, Kensington, Greenwich, Marylebone, City of London, entre otras; cada una rebosante de historia. Si uno imagina Londres, aparecen múltiples imágenes fruto de la cinematografía, de la televisión, de la literatura. Junto con James Bond, Sherlock Holmes, Phileas Fogg o Jack el destripador, aparecen la torre de Londres, el puente, el “eye” (esa enorme vuelta al mundo) la abadía de Westminster o el palacio de Buckingham. Pero además de todo ello, Londres ha sabido ser la cuna del rock. Grandes bandas pasaron o se gestaron y transitaron por Picadilly Circus, el Candem o el Soho. En la década del sesenta supo ser testigo de la explosión cultural que se conoció como Swinging London. Allí confluyeron músicos, escritores, pintores, cineastas. Y, entre tantas otras bandas insignes de la cultura pop, recalan también The Beatles que, con el ascenso a la fama, cambian la apacible tranquilidad provinciana de Liverpool por algún lugar exclusivo en las afueras donde mantenerse a tiro del centro de atracción. En otra oportunidad comentamos cómo McCartney junto con Lennon deciden reconstruir poéticamente la Liverpool de la infancia (https://elcirculobeatle.com/la-fundacion-sonora-de-liverpool-is-in-my-ears-and-in-my-eyes). Ahora ya en los setenta, McCartney con el grupo Wings retrata a la metrópoli con un tema que la llena de musicalidad: “London Town” (1978). Podemos comenzar haciendo un recorrido de la mano y la música de Paul, Linda y Denny Laine, en medio de su neblinosa claridad y saboreando unos “fish and chips” como hacían tradicionalmente los obreros, a orillas del Támesis.

Hay una particularidad que acompaña a TheBeatles a lo largo de su breve existencia:  no solo pasan por Londres, sino que lo que allí dejan no tarda en adquirir estatura simbólica casi mítica. Específicamente nos referimos a dos lugares: Abbey Road y la Terraza de Apple. En medio de esta ciudad cargada de milenios de historia, arte, moda y belleza, sería imperdonable no hacerse un lugarcito para recorrer esos lugares emblemáticos. Este es el detalle de un periplo por una Londres pre pandémica los fríos días de enero de 2020.

El cruce más famoso

Ningún cruce peatonal será el mismo luego de que The Beatles atraviesen la cebra de Abbey road allá por el lejano 4 de agosto de 1969. Desde ese entonces el apacible vecindario de St John´s Wood será invadido por fanáticos, turistas y curiosos que con tal de obtener una fotografía capaz de dar cuenta de lo que el semiólogo Eliseo Verón define como “Yo estuve allí”, terminarán por desgastar las líneas blancas sobre el asfalto, y hasta provocar inconvenientes en el atildado tránsito londinense. En una gélida mañana decidimos ir hacia allí caminando. Atravesamos el inmenso Regent`s park en medio del pasto cubierto de escarcha y dejando una estela de vapor blanco detrás. Los londinenses, descreyendo de las condiciones meteorológicas o habituados a ellas, trotan o corren y nos pasan alejándose por los senderos. Nos internamos en la zona de St. John´s Wood. La escenografía cambia. Al trajín del centro le sobreviene una apacible calma de suburbio. Casas bajas en medio de complejos como el Lord ´s Cricket Ground. Nos invade la ansiedad. Todos los paisajes se parecen a la tapa del álbum; cruces de cebras por todos lados.

De pronto, una rotonda nos abre el paisaje:  la calle Grove End rd. pasa a llamarse Abbey road y uno tiene la sensación de ingresar en otra dimensión. En la esquina el edificio de departamentos, con su fachada de ladrillos rojos y la ligustrina prolijamente cortada. Sólo falta que Lennon, con su traje blanco, nos esperase en esa esquina para realizar el cruce. Allí se despliega una especie de mini “babel”, grupos de personas de distintas lenguas esperan su turno para pisar la cebra mágica. Un grupito de chicos brasileños aprovecha para saltar entre las líneas blancas mientras no pasa ningún vehículo. Incluso uno se recuesta para la foto. Pero, más allá de la mirada turística, a unos metros del cruce se halla la verdadera atracción, el edificio de los estudios de grabación EMI. Pilotes blancos de cemento contiene la reja desde donde los mortales nos asomamos a contemplar las escaleras que conducen a la puerta del estudio. En los pilotes ya casi no queda superficie blanca ante tantas inscripciones en distintos idiomas. Y en los escalones que conducen a la puerta parece haber quedado grabada la fantasmal silueta de los cuatro allí sentados. Uno tiene que contentarse con pisar ese suelo mítico en un costadito, allí donde escaleras abajo se despliega el “store”. Esos estudios se transformaron de una factoría, en la producción de los primeros discos, a un laboratorio de experimentación sonora a partir de 1966 cuando The Beatles deciden abandonar las giras. De ese período (1966-1969) saldrán las obras más valoradas del grupo aquellas que, según los especialistas, significan un aporte original a la música popular contemporánea. La influencia es tal que incluso hasta el nombre de los estudios ha cambiado.  Y los estudios EMI fueron bautizados como Abbey road. La banda pasa allí largas jornadas internados, en principio en el estudio 2, bajo la atenta mirada de George Martin.

Y podríamos preguntarnos ¿qué es lo que atrae aún hoy a músicos de distintos géneros y estilos a grabar allí? Los estudios nunca significaron un lugar de avanzada tecnológica, sino que siempre se sujetaron a la precisión y tradición británica. Incluso, mientras los estudios norteamericanos incorporaban los últimos avances tecnológicos en la industria de la grabación en los sesenta, Abbey road avanzaba a empellones a partir de las experimentaciones que, muchas veces en forma subrepticia, realizaban Martin y sus muchachos. ¿Qué experiencias transitan los músicos que allí graban y que luego comentan haber pasado un momento casi mágico? Hasta el Papa Benedicto XVI realizó en esos estudios un disco Alma máter (2009), como afirma una agencia de noticias en un comunicado del 23 de noviembre de 2009: “grabado en los estudios londinenses de Abbey Road, donde The Beatles hizo también milagros hace años”.

Promediando los sesenta uno podía encontrarse en Abbey road con episodios como el que detalla Cambiasso (2015):

Los (Pink) Floyd se permitieron una pausa en el intenso trabajo en el estudio 3 de Abbey Road para aventurarse a la puerta conjunta donde The Beatles se hallaban ocupadísimos preparando las sobregrabaciones de piano para “Lovely Rita” (…) Un mes después, The Beatles, sin Lennon, devolvieron la visita, (49).

En efecto, estudio de por medio (del 2 al 3) mientras The Beatles se encontraban grabando Sgt. Pepper´s lonely hearts club band, Pink Floyd hacía lo propio con The piper at the gates of dawn. Según se rumoreó por ese entones, el mismo McCartney termina por interceder ante las autoridades de EMI, que mantenían un espíritu altamente convencional, para que permitieran las distintas experimentaciones de los Floyd y en particular las excentricidades de Barret.

En el caluroso verano de 1969, según su ingeniero de sonido, Geoff Emerick, Ringo cansado de tantas discusiones acerca del nombre para el álbum que se encontraban produciendo y que será su último trabajo, dice: “A la mierda, salgamos a la calle y llamémoslo Abbey Road”. (Emerick y Massei, 2014: 286). Y aunque en la antología, McCartney sostiene que él ya había sugerido ese nombre para el álbum, parece que el baterista resulta ser el propulsor de una imagen que termina en el símbolo de una época.

Gracias a la tecnología podemos asomarnos y echar un vistazo para ver qué está pasando en este preciso momento en el cruce más famoso del mundo.

https://www.earthcam.com/world/england/london/abbeyroad/?cam=abbeyroad_uk

La terraza

Ahora nos encontramos en pleno centro londinense en la zona conocida como el distrito 1 de  City of Westminster. Atravesamos el Soho, pasamos por Carnaby street mientras la gente emerge a borbotones de todos lados, y nos dirigimos a la zona de Mayfair buscando el mítico edificio donde alguna vez funcionó Apple. Luego de ingresar en unas calles laberínticas desembocamos a través de un paso peatonal en medio de dos edificios, en una pequeña y delgada calle, poco transitada. Cae la tarde londinense. Paradójicamente, el ruido de la multitud parece haberse esfumado. Los edificios son bastante similares en esa cuadra de Saville row. Ahí está el número 3. La fachada se ve intacta, como escapada de un fotograma de Let it be. En cualquier momento un camuflado Harrison puede aparecer enfundado en un abrigo y sombrero negro y traspasar la puerta. Es enero, misma fecha que cuando The Beatles decidieron subir a la azotea de ese edificio en el que ahora funciona una tienda de ropa. Pero el paso del tiempo no parece un problema para la fachada. Tampoco para nosotros. A la altura del primer piso un cartel de forma circular, de fondo celeste y letras blancas nos aclara: “The Beatles tocaron por última vez en la azotea de este edificio”. Como si no lo supiéramos.

En aquel frío enero de 1969 la banda realiza un intento desesperado como anticipando el final que vendría un tiempo después. The Beatles necesitan volver a experimentar la adrenalina del principio, la de las presentaciones en vivo. Pero ellos ya no son los mismos; su público tampoco. Ambos han crecido, la década termina. La decisión: subir a la terraza y hacer una función en vivo. A la hora del almuerzo, como los años en The Cavern. La despedida en tono irónico de Lennon luego de la última canción que resulta todo un mensaje “Get Back” (Volver) y con la policía entrando al edificio, da cuenta de ello: “Espero que hayamos pasado la audición”, dice y recibe un pálido aplauso de los asombrados transeúntes que, sin proponérselo, son testigos de la vuelta de Los Beatles al escenario y de su despedida pública. Si nos detenemos ante el edificio, con los ojos de la mente como diría Lennon, y hacemos un poco de silencio, tal vez podamos escuchar como un eco lejano, su voz desgarrada gimiendo: “Don´t let me down”.

Nota: La palabra bitácora proviene del francés: bitacle, y refiere a un tipo de armario propio de los barcos donde se fija el timón y la aguja náutica. De este modo se busca facilitar la navegación por aguas desconocidas. El armario suele estar acompañado por un cuaderno conocido como “cuaderno de bitácora” en le que los navegantes registran los acontecimientos que suceden durante el viaje.

Referencias:

Andina, agencia peruana de noticias. 23 de noviembre de 2009. En línea: https://andina.pe/agencia/noticia-benedicto-xvi-debutara-las-listas-del-pop-disco-grabado-los-estudios-the-beatles 265793.aspx#:~:text=El%20papa%20Benedicto%20XVI%20har%C3%A1,hizo%20tambi%C3%A9n%20mil gros%20hace%20a%C3%B1os. Consultado el 2 de julio de 2020.

Cambiasso, N. (2015) Vendiendo Inglaterra por una libra. Una historia social del rock progresivo británico. Buenos Aires, Gourmet musical.

Emerick, G. y Masey H. (2014) El sonido de Los Beatles. Memorias de su ingeniero de grabación. Buenos Aires, Indicios.

 

Buenos Aires, 26 de abril abril de 2021.

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