Hace algunas semanas, por recuerdos de juventud que me llegaron de repente, me dió por buscar videos en la red relacionados con el Tianguis Cultural del Chopo, al cual calculo que tengo unos 15 años de no acudir; aunque en sus buenos tiempos, acudía sagradamente cada sábado. Gracias a esos videos que investigadores urbanos, visitantes y turistas despistados subieron, hoy después de todos esos años de ausencia, tuve de nuevo la oportunidad de recorrer virtualmente sus pasillos y numerosos puestos. La excursión virtual me llevó a concluir que si bien ha tenido una metamorfosis radical, todavía sigue siendo en cierta forma, un mercado único en el mundo, especializado ya hoy en día en su mayoría a la venta de ropa, stickers, memorabilia y tristemente noté ya pocos puestos de música en formatos físicos y en objetos que rodean a este gusto o modo de vida extraordinario, me refiero al rock and roll, y a todas sus variantes y derivaciones.

El tianguis nació por una iniciativa de la UNAM derivada de una exposición con el tema del Rock que se montó en el Museo Universitario del Chopo (De ahí el nombre actual del tianguis) ubicado en la colonia Santa María la Rivera. Yo estaba en ese entonces cursando el último año del nivel Secundaria y tuve la oportunidad de acudir algunos sábados con mis compañeros de salón de clases para ver las mesas donde los rockeros extendían sus LPs para el intercambio o simplemente presunción.

Pero como siempre, nunca faltan los que mal confunden el ser roqueros o rebeldes como sinónimo de ser violentos, viciosos y anarquistas, y debido a una pelea que se gestó por los consumidores de sustancias psicotrópicas en el interior del recinto durante un sábado, el tianguis fue desalojado de las instalaciones universitarias y tuvo que salir en ese momento hacia la calle adyacente, González Martínez, donde estuvo ubicado hasta el año de 1985.

Como he mencionado en colaboraciones anteriores, yo soy fanático de la música de Paul McCartney desde el año de 1973 y desde el año 1976 fanático también de la obra y música de The Beatles y el tianguis, para un adolescente en esos años como yo, era la oportunidad por lo menos de ver los discos en vivo ya que no contaba con los medios económicos en aquel entonces para adquirirlos.

La primera vez que acudí al tianguis, quedé terriblemente “embobado”, no sólo por el tipo de música, LPs importados originales y piratas, cassettes, revistas, libros, inciensos, carteles e innumerable memorabilia. Mucha de ella artesanal que ahí se podía conseguir, pero sobre todo quedabas asombrado por el tipo de personas que deambulaban en el tianguis sabatino que ya iba comenzando a tomar su propia identidad. Había por ejemplo hombres vestidos de mezclilla, camisas coloridas y calzados con sandalias y el pelo tan largo que les llegaba a la cintura, había otros de barba profusa y vestidos de forma peculiar, había también chicas bellísimas que parecían fascinadas y encantadas por hacer pareja con los antes descritos.

En aquellos años uno de los modos de adquirir material era el intercambio, pero confieso que por más que hice el intento, jamás pude intercambiar nada, ya sea porque era un chaval al cual nadie tomaba en serio durante las pujas y negociaciones o porque tal vez mi disco del álbum Abbey Road nacional que cargaba cada semana no le llamaba la atención a nadie. En años siguientes todo lo que adquirí fue comprado y a costos variables. Eso sí, pude conseguir objetos y discos esplendidos que poco a poco fueron incrementando mi colección sobre los melenudos de Liverpool. Para los que pertenecemos a esta segunda generación fanática de los Beatles y que se hicieron fans en los años 70, esos discos son un recuerdo invaluable y al verlos inmediatamente te viene a la mente el lugar y hasta la fecha en que te hiciste de determinadas piezas.

Del Tianguis del Chopo, cuando estaba ubicado en el Museo Universitario, recuerdo que adquirí entre muchos mi primer bootleg que era el del concierto de The Beatles en Vancouver 1964. Era como tener en las manos el santo grial; esos discos que curiosamente las etiquetas sobre el acetato eran de color rojo sin ninguna leyenda impresa, te podías pasar horas admirándolo y que decir el llevarlo a la escuela y mostrárselo a los amigos que hacían una expresión de asombro cuando lo sacabas de la bolsa de hule y lo admiraban como si fuera la “sábana santa”. Cuando el tianguis se mudó hacia las calles adyacentes,  ahí me pude hacer de una copia inglesa del album Rubber Soul que me costó en ese entonces sesenta pesos (un LP nacional costaba unos 20 pesos para que se hagan una idea) y también pude adquirir una copia baratísima nacional del álbum triple del Concierto Para Bangladesh de George Harrison que providencialmente venia con el booklet incluído que sólo las copias importadas tenían.

Para los llamados Millennials, esta crónica les puede sonar a un relato medieval, pero no deben de olvidar que para nosotros los adolescentes de los años 80 no existía el internet, no existía MTV (ya extinto también hoy en día), no había youtube, no había spotify y mucho menos se podía pensar en comprar discos en línea por amazon o por ebay que actualmente es lo más común y corriente. Nosotros en esos tiempos no contábamos con nada de lo anterior, así que poder adquirir un LP importado o un bootleg era casi una proeza digna de orgullo y de ser presumida con los amigos.

Poco tiempo después el tianguis cambió de sede y yo lo seguí hacía sus nuevas “casas”: el Casco de Santo Tomás, el Kiosco Morisco, la calle de Oyamel (atrás del cine La Raza) y por supuesto cuando llegó a establecerse a su ubicación actual y definitiva que es la calle Ignacio Aldama de la colonia Guerrero; justo a un lado de la antigua estación de Buenavista y de la faraónica obra foxista de la Biblioteca Vasconcelos.

Ya en mis años de estudiante de la carrera de Ingeniería, a finales de la década de los 80, cada sábado me iba a dar un rol por el tianguis. Me vestía con mis jeans, mis tenis samba de Adidas y me ponía mi chamarra de cuero tratando de poner cara de maloso para pasar desapercibido. De esos años, recuerdo que me hice de una muy buena copia proveniente de Estados Unidos del álbum Tug of War de Paul McCartney, nueva y muy bien cuidada y de una copia del disco “George Harrison” homónimo del Beatle solista y algunos libros importados de segunda mano de la historia del cuarteto. Incluso en ese período llevé a un amigo (en ese entonces lo era) a conocer el legendario tianguis. Este cuate iba temblando como niño regañado de miedo y me repetía la pregunta cada cinco minutos sobre si era seguro andar deambulando por ahí. Esta persona años después, pudo abrir uno de los puestos más famosos de memorabilia Beatle y se jactaba de ser “pionero” y casi el descubridor del tianguis. A veces lo he llegado a ubicar en “entrevistas” en redes sociales y no dejo de sonreír al escucharlo vanagloriarse de sentirse el colonizador y descubridor de este lugar ante sus “fans” y el haber “olvidado” siquiera mencionar que si supo de la existencia del tianguis, fue gracias a un servidor que lo llevó a conocerlo.

Ahí han coexistido por ejemplo aparte de los “ruca and roleros”, hippies y los que gustan del jazz o blues, los punks, los metaleros, los grunge, los hip hop, los de ska, rasta, rock industrial, reggae y muchas otras tribus urbanas y por supuesto la invasión de los vampiros góticos, los darkettos; de los cuales uno no se cansa de asombrarse ni de admirarse por lo singular de su indumentaria, maquillaje y cortes o usos de cabello.

Aún con todo, El Chopo sigue siendo un lugar de culto, de identificación actual con la rebeldía contra el reggaetón y toda esa basura que los medios de comunicación y que las televisoras comerciales nos han querido imponer con artistas más que mediocres (y que lamentablemente en algunos casos lo logran, y lo que es peor, sin que los afectados se den cuenta). El Chopo se sigue resistiendo a dejar de ser uno de los pocos sitios de oposición a las ideologías impuestas y a los mensajes subyacentes que el sistema de consumo pretende atrapar. Sobre este lugar icónico de la Capital, se han referido connotadas plumas como la de Carlos Monsiváis y otras que sin tener tanto prestigio, tienen más autoridad moral por formar o haber formado parte de este mundo singular.

Ya son 45 años de vida del tianguis y en donde todos los sábados se ofrece su propuesta no subcultural sino contracultural, es decir, un lugar donde los jóvenes de diferentes generaciones han hecho suyo este espacio de expresión, unas banquetas de encuentro y de arte corporal, amén de los mercaderes que también hacen sus transacciones. Vi en los videos mencionados al inicio de este artículo, que el Tianguis del Chopo ya no es nada o casi nada del ambiente como yo lo conocí en los años ochenta y un halo de nostalgia me invade al respecto.

Tal vez ya no será la catedral del intercambio y venta de LPs y cassettes que yo conocí. Pero sigue siendo un punto de reunión de conocidos y amigos rockeros y ví en los videos que por lo menos puedes escudriñar buena memorabilia de bandas de México y otros países, comer antojitos, tomar cerveza, comprar prendas de vestir, accesorios, oír música en vivo, ponerse un piercing o tatuajes, admirar exposiciones de pintura o guitarras, todo eso y más es lo que se puede vivir entre los muchos locatarios extravagantes que pude ver en dichos videos. Pero la mayor experiencia es mirar a los cientos de concurrentes al tianguis que sábado a sábado se arreglan a su muy creativo modo con el único fin de decirle al tiempo y a los demás “yo estoy aquí”. Bien por ellos, que ni las autoridades ni el sentido común han podido domar. Para mí seguirá siendo un punto de nostalgia de un México que se nos fue para los entonces jóvenes de finales del siglo XX…

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