“¿Cómo se siente?
No tener un hogar.
¿Cómo una completa desconocida?
¿Cómo un trotamundos? “
(Like a Rolling Stone)
Lo primero para destacar de A Complete Unknow (Un Completo Desconocido, James Mangold, Searchlight Pictures, 2024) es el clima que se produce a partir de la fotografía y la dirección. La imagen nos transporta a la Nueva York de principios de los sesenta para encontrarnos allí con ese muchacho del que sólo se sabe una cosa: que viene de su Minnesota natal para ver a su ídolo, Woody Guthrie que está enfermo e internado en un hospital psiquiátrico. Nada más. Es un completo desconocido. Aunque todos sabemos quién es, el director James Mangold logra su cometido: que sigamos el recorrido aparentemente errático de ese veinteañero compositor, en su azaroso derrotero que lo lleva al encuentro del músico y referente del folk Pete Seeger, maravillosa recreación de Edward Norton. De este modo, el muchacho (Timothée Chalamet logra meterse en el personaje y hacernos creer que es Dylan) se introduce en el ambiente de la música folk y tendrá un segundo encuentro fortuito que marca parte de la trama del film: Joan Baez (Monica Barbaro). La película es rica justamente en retratar las relaciones y las tensiones que de ellas se desprenden. Por ejemplo, entre Dylan y Guthrie, o entre Dylan y Seeger, Dylan y Sylvie, Dylan y Baez, Dylan y Johnny Cash, Dylan y el mundo tradicional de Folk, Dylan y… Esas tensiones parecen realimentar su talento compositivo que no descansa. El muchacho compone. Y he aquí el otro aspecto interesante de la película: la música. El volver a disfrutar de ese período y de muchas de las canciones que han quedado ya en la historia de la música contemporánea. Y que no son, justamente, completamente desconocidas.
La historia ―guión de Jay Cocks sobre el libro Dylan Goes Electric! (2025) de Elijah Wald― se centra en los primeros años de su carrera, años que sirvieron para consolidar esa personalidad contestataria como también el paso del folk acústico al rock eléctrico. El punto nodal se encuentra en el conflicto generado en el Newport Folk Festival de 1965 por el uso de instrumentos musicales eléctricos. Los especialistas y fans dirán que hay muchas imprecisiones y fallas temporales. Que Dylan no conoció a Woody Guthrie en un hospital y que tampoco se encontró ahí con Pete Seeger. Ni que se estuvo hospedando en la casa de Seeger. O que no fue esa la forma en que conoció a Joan Baez. O que su primer amor no se llamaba Sylvie Russo, sino Suze Rotolo. Y muchas otras más. Es verdad. Pero lo que no se puede negar es la emoción que embarga a todos aquellos que presenciamos la historia: algunos tararean, otros se animan a vocalizar, unos mueven la cabeza o siguen el ritmo con los pies. Nadie parece quedar fuera de la historia.
La película ha terminado. Sobre la pantalla se despliegan los créditos como un infinito libro. Me quedo a disfrutar de la música que sigue flotando desde los parlantes de alta fidelidad de la sala, se mueve como el viento y nos envuelve. Ya se encendieron todas las luces. Miro alrededor. No soy el único.
Buenos Aires, 7 de febrero de 2025
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