Son muchos los caminos que vinculan a este músico británico autodenominado Sting (Gordon Matthew Thomas Sumner, 1951, Wallsend, Inglaterra) con la Argentina. En diciembre 1980 llegó a estas tierras con el trío The Police y tocaron en la inauguración de la discoteca New York City ante un puñado de entusiastas asistentes. Luego hicieron una función ya con el marco correspondiente en el estadio Obras Sanitarias, para despedirse finalmente en el teatro Radio City de la Ciudad de Mar del Plata. La banda gozaba de un gran reconocimiento en Europa pero todavía no había alcanzado la repercusión mundial a la que llegaría en los años siguientes. Del recital en Buenos Aires quedará también la imagen del guitarrista Andy Summers barriendo con el pie la gorra de un policía que maltrataba a un asistente del público. La Argentina estaba aún bajo el régimen de la dictadura militar. En diciembre de 1987, Sting se convirtió en el primer artista de rock en llenar el estadio de River Plate: sesenta mil personas y Fito Páez como telonero de lujo. En esa oportunidad dedicó “Fragilidad” a los ex combatientes de Malvinas y compartió la canción “Ellas Bailan Solas” con las Madres de Plaza de Mayo. Unos meses más tarde volvería al mismo estadio junto a Peter Gabriel, Tracy Chapman y Bruce Springsteen entre otros, para el recital de Amnistía Internacional. En 1988 vuelve y toca en la provincia de Mendoza. En 2007 retorna con The Police al estadio de River Plate. Sin embargo hay otra particularidad más reciente que lo vincula a este país: su guitarrista, el reconocido Dominic Miller, es oriundo de estos parajes. Nació en Hurlingham, ciudad al oeste del Gran Buenos Aires. Hijo de padre estadounidense, se trasladó a ese país en 1971 para estudiar música en el Berklee College of Music de Boston. A partir de 1990 y gracias al contacto que le ofreció Phil Collins, se sumó a los proyectos musicales de Sting. Se confiesa hincha de River Plate y seguidor de músicos como Charly García, Mercedes Sosa, Ariel Ramírez y Divididos (banda originaria también de la zona oeste)
Volviendo entonces a Sting, junto con Andy Summers y Stewart Copeland giró por el mundo con The Police. Con esa banda grabó entre 1977 y 1983 cinco discos de estudio con algunas canciones que quedaron entre las más recordadas del rock de esos años. En 1981 se involucró con la organización Amnistía Internacional y participó del concierto benéfico Live Aid en 1985 en Wembley. A partir de ese año comenzó una exitosa carrera como solista. En 1987 publicó “They Dance Alone” (“Ellas Bailan Solas”), canción que hace referencia a las madres chilenas que perdieron a sus hijos durante la dictadura, y también como un homenaje a su madre recientemente fallecida. Hacia finales de esa década se involucró en diferentes movimientos humanitarios y en defensa del medio ambiente. Sting es un gran buscador de ritmos, estilos y géneros. Además del rock, incursionó, mezcló y experimentó en el jazz, el blues, el reggae, la bossa nova, el flamenco, el Ska y los ritmos latinos, entre otros.
Un artista que ha vendido más de cien millones de discos, obtuvo diecisiete premios Grammy, cuatro nominaciones a los Oscar como mejor canción, Comandante de la Orden del Imperio Británico y Caballero de la orden de las Artes y las de Letras en Francia, junto a sus antiguos socios de The Police. En 1992 es nombrado Doctor Honoris Causa por el departamento de música de la Universidad de Northumbria y al año siguiente recibe el mismo grado honorífico en la Facultad de Música de Berklee.
Es el atardecer de un caluroso domingo de febrero en la Ciudad de Buenos Aires y caminamos por la Avenida Corrientes rumbo al Movistar Arena junto a una multitud que peregrina (“See me walking down Fifth Avenue” / Mírame caminando por la Quinta Avenida)
Mientras tanto, en el camarín y antes de salir a escena se produce un encuentro cumbre: Sting y Charly García. Ya se habían reunido en otra oportunidad, como la mencionada anteriormente en 1988 para el concierto Amnistía Internacional en River Plate.
Comienza el recital. Sting 3. 0 es un power trio en el que además de Sting (voz y bajo) y Miller (guitarras) se encuentra Chris Maas en la batería. Fiel a su estilo, la banda brilla por el oficio y el talento sobre el escenario. Sting sigue los dictados de su carrera y repasa muchos de los clásicos. Parece disfrutarlos. Lo mismo que el público. (“Be yourself, no matter what they say” /“Sé tú mismo, no importa lo que digan”). En los primeros temas uno puede percatarse de que el músico se encuentra cómodo con los sonidos, parece manejarlos, es su hábitat. De a poco, el ritmo lo va abordando desde el cuerpo hasta la voz que se transforma en un instrumento más. Así hace gala del “scat” propio del jazz hasta verdaderas improvisaciones vocales que el público acompaña entusiasmado. Por momentos el ensamble hace olvidar que se trata de un trío: las armonizaciones de cuerdas de Miller crean un escenario sonoro que se asemeja al que producen los teclados. Desde la batería, Maas suma rítmicamente a ese complejo escenario: desde el “walkin´” (caminante) junto con el bajo para los paisajes jazzísticos, hasta los cortes, el ritmo sincopado y los contratiempos, viaja por el reggae para llegar finalmente a verdaderos bombarderos de sonido. El estilo compositivo de Sting parte de las armonías clásicas del pop pero, en algún momento, una variación puede sorprender y entonces propone un viraje hacia armonías y ritmos insospechados.
Bajo las luces y ante un público agradecido Sting encadena sus hits casi sin respiro, y uno se quedará luego con la sensación de que tocó todos aquellos temas que el público quiere escuchar. Habrá espacio para el tono confesional de “Shape of my heart” que se mece en el dulce arreglo de guitarra de Miller (“Paisano de Hurlingham”, le cantaría Divididos). El susurro de “Fields of Gold” (“Campos de oro”) trae la confesión de Paul McCartney: “Sting, has robado mi canción”, en un claro elogio sobre un tema que al beatle le hubiese gustado componer. Y claro, el ansiado grito desesperado: “Roxanne”. (“At night, a candle’s brighter than the Sun” / “En la noche las luces brillan como el Sol”)
Se mueve solo lo necesario, con justeza, sin la histriónica necesidad de conmover con el despliegue. No lo necesita. (“A gentleman will walk, but never run”/ “Un caballero caminará, pero jamás correrá”). Como contexto, un escenario que luce minimalista: apenas dos pantallas no muy grandes y un set de luces; y un estadio repleto.
El recital ha terminado. Un eco queda retumbando entre las paredes y el techo del Arena, repiquetea entre las butacas y mueve a todos aquellos que estamos allí. Salimos del estadio y vamos apiñados por un estrecho pasillo en dirección a la Avenida Corrientes. Observo a la gente que parece moverse rítmicamente, como si sus cuerpos estuviesen a punto de recrear el ritmo “andante” y, de un momento a otro, las voces se animaran a unirse al unísono para dejar escapar: “Whoa, I’m an alien. I’m a legal alien. I’m an Englishman in New York”. (“Oh, soy un extranjero. Soy un extranjero legal. Soy un inglés en New York”).
Buenos Aires, 23 de febrero de 2025.
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