Segmento del libro Wonderful Tonight. George Harrison, Eric Clapton and Me. Pattie Boyd.
Traducción: Tere Chacón. – PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Buscamos y buscamos y, finalmente, encontramos la casa perfecta. Se llamaba Plumpton Place, cerca de Lewes, en East Sussex y había sido diseñada por Edwin Lutyens con un jardin de Gertrude Jekyll. Entrabas por una reja grande con pequeños cuartos de vigilancia y cruzabas un puente sobre una fosa de la cual se deslizaba agua hacia un lago que, a su vez, desembocaba en otro. Una mujer nos mostró el lugar y en cada habitación el tapiz estaba decorado con pájaros. En el jardín tenía un aviario con aproximadamente 200 periquitos más un petirrojo raro y un gorrión que habían encontrado un lugar ahí. Dijo que había iniciado con sólo unos pocos pero fueron multiplicándose con los años. Nos enamoramos de la casa y le hicimos una oferta, pero la rechazó. Dijo que no quería rockeros comprando su adorable casa y se la vendió a un doctor del área. El se dio cuenta del tesoro que había comprado y se la vendió a Michael Caine (que había vivido con mi amiga Edina Ronay), quien se la vendió a Jimmy Page, el guitarrista de heavy metal que fundó Led Zeppelin.

Regresamos así al inicio. Después, un domingo, Perry Press, nuestro agente de bienes raíces encontró un anuncio pequeño en el Sunday Times puesto por alguna monjas para una casa llamada Friar Park, cerca de Henley-on-Thames, Oxfordshire. Querían 125,000 libras. La fui a ver con Perry un día nublado hacia finales de 1969. Conforme subíamos por la calle, una magnífica construcción victoriana gótica apareció ante nosotros como saliendo de un cuento de hadas. Construida de ladrillos rojos y piedra, se erigía orgullosamente en una colina y era el lugar más hermoso que había visto en toda mi vida.

Corrí de regreso a Esher, le dije a George y a Terry del lugar y todos fuimos a verlo el día siguiente. Cuando lo vio, George perdió la cabeza y ofrecimos directamente 120 mil libras. A la larga, la compramos en 140 mil libras pero esto por una casa de tres pisos con 25 habitaciones, un salón de baile, un estudio de dibujo, comedor, biblioteca, una cocina amplia y su respectivo desayunador, grabados complejos, jardines de 10 ó 12 acres y más de 20 acres de terreno. Habían dos cabañas y una caseta de vigilancia también. Era ciertamente lo suficientemente grande para que George tuviera su estudio y para descansar bajo la sombra de los árboles sin que nadie nos quitara.

La casa había sido construida en 1898 en el sitio de un antiguo monasterio por Sir Frank Crisp, un abogado millonario de Londres, microscopista y horticultor. Debió haber sido un hombre increíble, sumamente excéntrico y con un fuerte sentido del humor. Había torres, tortugas, pináculos, grandes ventanas con tracería y gárgolas. Los interruptores de luz eran caras de frailes y los prendías y apagabas con su nariz. Todo en la casa estaba relacionado con frailes y proverbios, algunos en latín, otros en inglés que habían sido grabados en las paredes. Justo afuera del comedor había un grabado de un niño pequeño comiendo y, sobre él, la leyenda “Los chicos de Eton, una vista desgarradora”. Otro, sobre la entrada hacia el jardín, decía “No examines a un amigo con un lente de microscopio; conoces sus fallas así que permite que sus debilidades pasen”. ¡Qué sabio!

Cuando la compramos, Friar Park era propiedad de las Hermanas Salesianas de San Juan Bosco, una orden católica que había manejado una escuela ahí por más de 20 años -Jane Birkin había sido su alumna. La escuela había cerrado y seis monjas y un monje vivían ahí sólos en esta enorme casa. Si no la hubieran vendido, según me dijeron las hermanas, pensaban demolerla, lo cual hubiera sido una tragedia. La casa estaba un poco deteriorada pero en sus mejores días debió haber sido espectacular con todo y los jardines que Sir Frank había abierto al público. La gente venía de muy lejos para ver el jardín isabelino, el japonés, el de los vegetales, los lagos, el topiario, el laberinto y los invernaderos masivos en donde se cultivaban duraznos, chabacanos y nectarinas. Le había tomado 20 años crear todo esto y se deleitaba en mostrarlo. A George particularmente le encantó descubrir que había letreros que decían “No dejes de pisar el pasto”.

Nos apasionamos en restaurar la casa y el jardín para regresarlos a su gloria anterior. Encontramos muchos mapas del lugar y folletos impresos en las décadas de 1920 y 1930 describiendo cómo eran y descubrimos que habían lagos en el jardín. Recientemente habían sido usados como tiradero para la basura de Henley. Sospecho que las monjas vieron eso como una manera de obtener entradas. Los maravillosos jardines estaban sin podar y llenos de hierros oxidados y antiguas bases para cama.

Sir Frank había viajado extensivamente y regresó con ideas para su jardín de todo el mundo. Había construido un jardín alpino con una Matterhorn miniatura hecha con 20 mil toneladas de granito que había comprado en Yorkshire. También había mandado construir una red de cuevas subterráneas que salían de la casa y en cada una había colgado espejos distorsionantes, como los que se ven en las áreas de juego y conforme caminabas llegabas a otra cueva llena de gnomos rojos y hadas. Había otra con hojas de parra de vidrio y racimos de uvas. Nos tomó meses excavar los lagos y restaurar las fosas pero cuando los llenamos con agua descubrimos que había piedras que casi llegaban a la superficie que estaban dispuestas una tras otra y que sobre el lago principal había más cuevas a las que sólo se podía llegar en bote. Tenías que remar a través de un pasadizo obscuro que te llevaba hacia una enorme réplica de la Gruta Azul de Capri, azul del vidrio azul que Sir Frank había puesto en el jardín que se encontraba arriba de esta cueva. Si seguías remando, llegabas a otra cueva llena de estalagmitas y estalactitas y después a una tercera donde las paredes estaban cubiertas con una mica brillante.

Adentro de la casa entrabas a un pequeño vestíbulo con hermosos mosaicos en el piso y de ahí, a través de dos puertas de roble hacia un pasillo enorme de donde salía una escalera enorme que tenía una lámpara en su base con forma de un águila. Los pilares de madera se extendían desde el pasillo hacia la galería de los juglares, arriba y conforme subías los escalones podías ver que el primer pilar tenía, en tres lados, grabados de un día en la vida de un granjero. A las 5:00 a.m., con pocos rayos de sol, se levantaba de la cama; a las 6:00 a.m., su esposa le preparaba avena de desayunar; a las 7:00 a.m., salía a trabajar al campo y así, hasta la última escena en la cual se veían las estrellas en la noche. La chimenea en el pasillo medía 20 pies de alto con un panel pintado a cada lado; uno era el Árbol de la Vida, el otro el Árbol del Destino y remataba en una hermosa ventana con vitral que llegaba hasta el segundo piso.

En el comedor las paredes estaban cubiertas de cuero grabado con adornos de flores, plantas y pavoreales dorados. En sus lados habían más vitrales, ventanas enormes diseñadas por Edward Burne-Jones y una chimenea grande entre ellos. Estaba muy obscuro y recuerdo que John y Yoko vinieron a verlo. John dijo que estaba muy obscuro y que no sabía cómo podíamos vivir ahí. George le sugirió que se quitara los lentes de sol que usaba en ese momento.

El salón de baile estaba pintado de azul pálido, blanco cremoso y dorado con querubines en el techo. Alguien dijo que las monjas habían agregado yeso en forma de pequeñas faldas para hacerlos decentes.

La casa entera, sin embargo, estaba en un estado terrible de deterioro. El pasto entraba a través del piso del comedor, el clima había dañado la pintura de las paredes y había óxido hasta la azotea. La instalación eléctrica, la de plomería y el sistema de calentamiento central necesitaban ser reemplazados. De hecho, la casa entera tenía que ser reestructurada de piso a techo y después cuidadosamente restaurada para mantener sus hermosas características.

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